En un jardín de aquel país horrendo
hallé a Fantina, de ojos maternales
y desnudeces mórbidas, tejiendo
guirnaldas con las rosas vesperales.
Como en lo antiguo un día, nuestro día
demos al goce estéril...
Y tú tienes, ¡oh lamma!, ¡oh carne mía!,
toda la melodía del instante
en la blancura azul de tu semblante.
Déjame que circunde
tu frente con mis besos.
Por quién sabe qué sinos de la hondura,
o acaso por qué númenes divinos,
al cantar las alondras a Eva pura
oí el cantar, y confundí los trinos.
Y fuéme el día gárrulo mancebo
de íntima albura, y ojiazul, y tibio,
y fuéme el viento
y el mar ambiguo...
El amor en mi sangre se hacía llamaradas.
Mis sienes vi de lampos circundadas.
En mi jardín precipitaron sus mieles las granadas.
Fulgían los luceros, afluían las hadas,
y yo quise volar a cumbres nunca holladas.
Pero mi ardor interno me fue melancolía.
Todo el humano impulso lo circunscribe el día,
el pequeñuelo círculo del día,
burbuja de ilusión, burbuja vana
en que flotas, ¡oh lamma!, ¡oh carne mía!,
y que es ahora y no será mañana...
Recuerdo vagamente, como en sueños
se evoca a veces un antiguo ensueño.
Bajo el ala de luz del alba pura
que anuncia el parto místico del día,
tu mano azúlea, de viril factura,
guiaba el carro en la extensión madura
del valle que en Octubre descendía.
Un viento, un viento hería el espigal,
y el rumor de las eras en el viento
tras el viento salíalo a alcanzar.
Con su oro viejo, líquenes ducales
historiaban del álamo los nudos,
y había una asamblea de zorzales
por los racimos castos y desnudos.
Un viento, un viento hería el espigal,
y el rumor en el viento, tras el viento,
era como un plañir y un no lograr.
A sus rejas, la novia del labriego,
fértil y matinal, vimos ceñida:
la besa él y la colora luego
rubor de amor, ¡oh poma de la vida!
Y cantas tú, ¡oh lamma! Y el son del espigal,
la onda eólea, el melódico fluir,
¡suénanme a un no decir y un sí otorgar!
Suspenso yo del amoroso instante,
tu acto primo, original y bello,
húmedo de la leche azul del día
y aun en sus nieblas matinales trémulo,
quise en su maravilla eternizar,
con su fluir,
con su ondular,
entre el rumor
del espigal,
en la dulzura
del vivir.
¿Dónde está mi visión: el parto místico,
el oro del octubre, el carro, el día,
tu voz dilecta, tu ademán jocundo,
en fin, la realidad suma y perfecta
de aquella hora del mundo,
con su fluir,
con su ondular,
entre el rumor
del espigal,
en la dulzura
del vivir?
Como el tono del mar cuaja en la perla,
cuaje en esta canción aquel rumor:
¡sea un lamento
que va en el viento
por mi temblor y mi dolor
el día dulce de tu amor!
¡El día! ¡El día! Su ligera túnica,
guarnecida de iris de burbujas,
deja sólo al flotar pavesa triste.
Amor, Dolor, Ensueño... ¡El Alma
era grande y el día era pequeño!
Pero en venganza lúgubre, este día
es para el goce estéril;
y tú tienes, ¡oh lamma!, ¡oh carne mía!,
toda la melodía del instante
en la blancura azul de tu semblante...