Canción del día fugitivo, de Porfirio Barba Jacob | Poema

    Poema en español
    Canción del día fugitivo

    Como en lo antiguo un día, nuestro día 
    demos al goce estéril... 
    Y tú tienes, ¡oh lamma!, ¡oh carne mía!, 
    toda la melodía del instante 
    en la blancura azul de tu semblante. 

    Déjame que circunde 
    tu frente con mis besos. 

    Por quién sabe qué sinos de la hondura, 
    o acaso por qué númenes divinos, 
    al cantar las alondras a Eva pura 
    oí el cantar, y confundí los trinos. 

    Y fuéme el día gárrulo mancebo 
    de íntima albura, y ojiazul, y tibio, 
    y fuéme el viento 
    y el mar ambiguo... 

    El amor en mi sangre se hacía llamaradas. 
    Mis sienes vi de lampos circundadas. 
    En mi jardín precipitaron sus mieles las granadas. 
    Fulgían los luceros, afluían las hadas, 
    y yo quise volar a cumbres nunca holladas. 

    Pero mi ardor interno me fue melancolía. 
    Todo el humano impulso lo circunscribe el día, 
    el pequeñuelo círculo del día, 
    burbuja de ilusión, burbuja vana 
    en que flotas, ¡oh lamma!, ¡oh carne mía!, 
    y que es ahora y no será mañana... 

    Recuerdo vagamente, como en sueños 
    se evoca a veces un antiguo ensueño. 
    Bajo el ala de luz del alba pura 
    que anuncia el parto místico del día, 
    tu mano azúlea, de viril factura, 
    guiaba el carro en la extensión madura 
    del valle que en Octubre descendía. 

    Un viento, un viento hería el espigal, 
    y el rumor de las eras en el viento 
    tras el viento salíalo a alcanzar. 
    Con su oro viejo, líquenes ducales 
    historiaban del álamo los nudos, 
    y había una asamblea de zorzales 
    por los racimos castos y desnudos. 
    Un viento, un viento hería el espigal, 
    y el rumor en el viento, tras el viento, 
    era como un plañir y un no lograr. 

    A sus rejas, la novia del labriego, 
    fértil y matinal, vimos ceñida: 
    la besa él y la colora luego 
    rubor de amor, ¡oh poma de la vida! 

    Y cantas tú, ¡oh lamma! Y el son del espigal, 
    la onda eólea, el melódico fluir, 
    ¡suénanme a un no decir y un sí otorgar! 
    Suspenso yo del amoroso instante, 
    tu acto primo, original y bello, 
    húmedo de la leche azul del día 
    y aun en sus nieblas matinales trémulo, 
    quise en su maravilla eternizar, 
    con su fluir, 
    con su ondular, 
    entre el rumor 
    del espigal, 
    en la dulzura 
    del vivir. 

    ¿Dónde está mi visión: el parto místico, 
    el oro del octubre, el carro, el día, 
    tu voz dilecta, tu ademán jocundo, 
    en fin, la realidad suma y perfecta 
    de aquella hora del mundo, 
    con su fluir, 
    con su ondular, 
    entre el rumor 
    del espigal, 
    en la dulzura 
    del vivir? 

    Como el tono del mar cuaja en la perla, 
    cuaje en esta canción aquel rumor: 
    ¡sea un lamento 
    que va en el viento 
    por mi temblor y mi dolor 
    el día dulce de tu amor! 

    ¡El día! ¡El día! Su ligera túnica, 
    guarnecida de iris de burbujas, 
    deja sólo al flotar pavesa triste. 
    Amor, Dolor, Ensueño... ¡El Alma 
    era grande y el día era pequeño! 

    Pero en venganza lúgubre, este día 
    es para el goce estéril; 
    y tú tienes, ¡oh lamma!, ¡oh carne mía!, 
    toda la melodía del instante 
    en la blancura azul de tu semblante...