Haz que algo nos ocurra. Mira cómo hacia la vida temblamos. Y queremos alzarnos como un resplandor y una canción.
Querías ser como las otras, que en el frescor se visten, tímidas; tu alma quería que sus cantos cansados de muchacha, en seda florecieran hasta las lindes de la vida. Pero en lo hondo de lo enfermo tuyo, una fuerza osó echar pámpanos: brillaron soles, y se hundieron semillas, y lo volviste como el vino.
Y ahora estás tú, dulce y saciada como tarde, en nosotras todas; y sentimos cómo caemos y nos dejas sin brillo a todas...
Mira, son tan estrechos nuestros días, y temeroso el cuarto. de la noche; todas deseamos desmañadas, la rosa roja.
Debes sernos suave, María, florecemos desde lo sangre, tú sola puedes sabe cómo el anhelo hace tanto daño;
tú misma has percibido este dolor de doncella en el alma; tiene un tacto como de nieve navideña pero está ardiendo...
De tantas cosas, nos quedó el sentido: precisamente de lo suave y tierno hemos sacado un poco de saber; como de un secreto jardín, como de un almohadón de seda, que se nos ha metido bajo el sueño, o de algo, que nos quiere con ternura desconcertante...
Su mirada se ha cansado de tanto observar esos barrotes ante sí, en desfile incesante, que nada más podría entrar ya en ella. Le parece que sólo hay miles de barrotes y que detrás de ellos ningún mundo existe.
Señor, a cada uno dale su muerte, una muerte que de cada vida brote y en que haya amor, significado y sufrimiento. Pues nosotros somos sólo la corteza y la hoja. La muerte que cada uno lleva en sí es la fruta en torno de la cual todo gira.
No he soltado a mi ángel mucho tiempo, y se me ha vuelto pobre entre los brazos, se hizo pequeño, y yo me hacía grande: de repente yo fui la compasión; y él, solamente. un ruego tembloroso.