¡Quién supiera escribir!, de Ramón de Campoamor | Poema

    Poema en español
    ¡Quién supiera escribir!

    —Escribidme una carta, señor cura. 
    —Ya sé para quién es. 
    —¿Sabéis quién es, porque una noche oscura 
    nos visteis juntos? —Pues. 

    —Perdonad; mas... —No extraño ese tropiezo. 
    La noche... la ocasión... 
    Dadme pluma y papel. Gracias. Empiezo: 
    Mi querido Ramón: 

    —¿Querido?... Pero, en fin, ya lo habéis puesto... 
    —Si no queréis... —¡Sí, sí! 
    —¡Qué triste estoy!  ¿No es eso? —Por supuesto 
    —¡Qué triste estoy sin ti! 

    Una congoja, al empezar, me viene... 
    —¿Cómo sabéis mi mal? 
    —Para un viejo, una niña siempre tiene 
    el pecho de cristal. 

    ¿Qué es sin ti el mundo? Un valle de amargura. 
    ¿Y contigo? Un edén. 
    —Haced la letra clara, señor cura; 
    que lo entienda eso bien. 

    —El beso aquel que de marchar a punto 
    te di...  —¿Cómo sabéis?... 
    —Cuando se va y se viene y se está junto 
    siempre... nos os afrentéis... 

    Y si volver tu afecto no procura 
    tanto me harás sufrir... 
    —¿Sufrir y nada más? No, señor cura, 
    ¡que me voy a morir! 

    —¿Morir? ¿Sabéis que es ofender al cielo?... 
    —Pues, sí, señor, ¡morir! 
    —Yo no pongo morir. —¡Qué hombre de hielo! 
    ¡Quién supiera escribir! 



    II 

    ¡Señor Rector, señor Rector! en vano 
    me queréis complacer, 
    si no encarnan los signos de la mano 
    todo el ser de mi ser. 

    Escribidle, por Dios, que el alma mía 
    ya en mí no quiere estar; 
    que la pena no me ahoga cada día. 
    Porque puedo llorar. 

    Que mis labios, las rosas de su aliento, 
    no se saben abrir; 
    que olvidan de la risa el movimiento 
    a fuerza de sentir. 

    Que mis ojos, que él tiene por tan bellos, 
    crgados con mi afán, 
    como no tienen quien se mire en ellos, 
    cerrados siempre están. 

    Que es, de cuantos tormentos he sufrido, 
    la ausencia el más atroz; 
    Que es un perpetuo sueño de mi oído 
    el eco de su voz... 

    Que siendo por su causa, el alma mía 
    ¡goza tanto en sufrir!... 
    Dios mío ¡cuántas cosas le diría 
    si supiera escribir!... 



    III 

    Epílogo 

    —Pues señor, ¡bravo amor! Copio y concluyo: 
    A don Ramón...  En fin, 
    que es inútil saber para esto arguyo 
    ni el griego ni el latín.