Tu boca, de Ramón de Campoamor | Poema

    Poema en español
    Tu boca

    Para formar tan hermosa 
    esa boca angelical, 
    hubo competencia igual 
    entre el clavel y la rosa, 
    la púrpura y el coral. 

    Mintiendo sombras del bien, 
    en ella el mal se divisa, 
    por lo que juntos se ven 
    ya la apacible sonrisa, 
    ya el enojoso desdén. 

    Y en los senos abrasados 
    engendra con doble holganza, 
    o con tormentos doblados, 
    cada risa una esperanza, 
    cada desdén mil cuidados. 

    Cual las conchas orientales 
    es tu boca, y por vencerlas 
    muestra en riquezas iguales, 
    cuando desdeña, corales, 
    y cuando sonríe, perlas. 

    Y si con sombras de bien 
    tal vez el mal se divisa, 
    es porque en ella se ven 
    guardar la miel de su risa 
    las flechas de su desdén. 

    Si a mí su rigor alcanza, 
    al ver su hermosura, siente 
    el corazón doble holganza; 
    y aunque un desdén me atormente, 
    deme una risa esperanza. 

    ¡Bien haya la dulce boca, 
    que sólo sus frescos labios 
    el aura pisando toca; 
    que haciendo al ámbar agravios, 
    su miel a gustar provoca! 

    ¡Oh, bien haya cuando ufana 
    dando enojos a la rosa, 
    muestra su cerco de grana, 
    fresca como la mañana, 
    como el azahar olorosa! 

    Y si acaso dulcemente 
    suelta plácida congojas, 
    ya es el rumor del ambiente, 
    ya el susurro de las hojas, 
    ya el murmurar de la fuente. 

    Si alegres sones respira, 
    las aves del prado encanta; 
    y si a vencerlas aspira, 
    con las que gimen, suspira; 
    con las que gorjean, canta. 

    Tu miel, aroma y colores, 
    rinde en amante oblación, 
    flor, ante cuyos primores, 
    mustias e inútiles flores 
    las flores del valle son. 

    El néctar más regalado 
    deja que de amores loco 
    beba en tu labio abrasado; 
    para una abeja es sobrado 
    lo que para muchas poco. 

    ¡Mas ay! que vertiendo quejas, 
    me esquivas tu dulce miel; 
    en vano de una te alejas 
    si ves que miles de abejas 
    poblando van el vergel. 

    ¡Ay de la rosa encarnada, 
    que en su seno de carmín 
    niega a una abeja la entrada! 
    Tantas la acosan al fin, 
    que queda sin miel, y ajada. 

    ¡Ay de las cándidas flores, 
    si alzan su capullo tierno 
    del estío a los ardores! 
    ¡Ay del panal, si el invierno 
    lo hiela con sus rigores! 

    Dame los gustos sin tasa, 
    pues ves que el sol estival 
    las tiernas flores abrasa: 
    mira que amarga el panal 
    cuando de sazón de pasa. 

    Ríndete a mí placentera: 
    no te rinda con agravios 
    de abejas la turba fiera: 
    que herir esos dulces labios 
    herirme en el alma fuera. 

    De ese tesoro las llaves 
    dame, y sus dones ardientes 
    libaré en besos süaves, 
    sin que lo canten las aves, 
    ni lo murmuren las fuentes.