Cómo rezan las solteras, de Ramón de Campoamor | Poema

    Poema en español
    Cómo rezan las solteras

    Vestíbulo de un templo. -A la izquierda del espectador la escalera de salida. -A la derecha, la puerta que da entrada a la iglesia. -Personas de diferentes sexos y edades se agrupan a esta puerta para oír misa. -Durante el oficio divino se estará oyendo un armonio. 
     

       I 


    (PETRA cogiendo una silla.) 
     
    Voy a rezar sentada, porque creo 
    que de no usar, bien cómoda, las sillas, 
    se me ha formado un callo en las rodillas, 
    que será bueno y santo, pero es feo. 
    Y así despacio, porque estoy deprisa,          
    veré si llega Pablo; 
    y en esta posición, oyendo misa, 
    tendré un oído en Dios y otro en el diablo. 



       II 


    Petra, comienza tu oración del día: 
    Padre nuestro que estás... 

    (Distraída.) 
     
    estoy furiosa 
          
    de no ser pronto esposa... 
    ¡Si en vez de madre acabaré yo en tía! 
    No, no soy fea; y para el mundo entero 
    no tienen más que este uso las hermosas. 
    Me casaré, ¿no he de casarme? Pero...          
    ¡Dios tarda tanto en arreglar las cosas!... 
    Estaba... ¿dónde estaba?... 
    Creo que ya llegaba 
    a los cielos, esto es, a mi elemento; 
    porque dicen las viejas          
    que, como es sacramento, 
    cae siempre del cielo el casamiento..., 
    Todo cae del cielo... ¡hasta las tejas! 



       III 


    Santificá... Santificá... ¡Dios mío! 
    oigo un rumor extraño...          
    ¿Será él? Voy a ver... 

    (Dirigiéndose a la salida y dejando caer al descuido el abanico, el rosario, etc.) 
     
    ¡Qué desengaño! 
    No es mi Pablo, es su tío. 
    Un tío que es un hombre atrabiliario, 
    que llama estar muy malo a ser muy viejo, 
    que al que le pide un real le da un consejo.          
    ¡Qué inmortal es un tío millonario! 
    No viene, y yo deseo hacer alarde 
    de lo mucho que sufro con su ausencia, 
    y darle rienda suelta en su presencia 
    a un gran suspiro que empecé ayer tarde.          
    ¡Nadie! No llega. Mi esperanza es vana. 
    ¡Ni un pájaro interrumpe con su vuelo 
    esa línea lejana 
    en que se une la tierra con el cielo! 



       IV 


    (Se vuelve a su asiento.) 
     
    Volvamos a la mística tarea:          
    santificado sea... 
    Pero antes de seguir mis oraciones, 
    quisiera yo saber ¿por qué razones 
    de su casa a la mía, escalonadas, 
    el Dios de las alturas          
    de viudas, solteras y casadas, 
    tendió una vía láctea de hermosuras? 
    O tiene hoy pies de plomo, 
    o Pablo está de broma. 
    En viendo una paloma          
    se vuelve un gavilán, siendo un palomo. 
    ¿Habrá visto a Paulina, 
    la púdica sobrina 
    del deán de Sigüenza? 
    Quiso ser monja ayer, y hoy, por lo visto,          
    ya a preferir comienza 
    la milicia del rey a la de Cristo. 
    Tiene, además de un rostro peregrino, 
    un pelo de oro fino; 
    y cuando Dios reparte          
    a una mujer ese color divino, 
    le hace un ser doblemente femenino. 
    ¡Ay del que va en el mundo a alguna parte 
    y se encuentra una rubia en el camino!... 
    Se me está figurando          
    que estoy rezando mal, como cualquiera. 
    ¿Estaré yo pecando? 
    De ninguna manera. 
    Mis tiernas distracciones no son raras. 
    Y, en materia de amores,          
    saben los confesores 
    que la moral suele tener dos caras. 



       V 


    A Pablo con el aire de la ausencia 
    se le constipa el alma con frecuencia, 
    y me causan cuidados          
    mujeres tan expertas, 
    porque entre ellas, mejor que entre las puertas, 
    suele haber en amor aires colados. 
    ¿Estará con Vicenta, esa viuda 
    que él dice ¡el embustero! que desprecia?          
    Pero ¿podrá engañarle? ¿Quién lo duda? 
    No hay sabio a quien no engañe cualquier necia. 
    Mas ¿cómo ha de engañar esa Vicenta 
    de tan pérfidos tratos 
    a un hombre tan sutil, que, según cuenta,          
    estudia a las mujeres en los gatos? 
    Venga a nos... ¡Qué sospecha impertinente! 
    Quisiera continuar mis oraciones, 
    mas no puede apartarse de mi mente 
    la viuda que aspira a reincidente          
    con más hambre de amor que diez leones. 
    ¿Y él? ¿y él? Con los del cielo equiparados 
    las mujeres son ángeles menores. 
    En cambio, con nosotras comparados, 
    los hombres no son malos, son peores.          



       VI 


    Venga a nos... ¿Si estará con Nicolasa 
    que llama amor a amar a su manera?... 
    ¿Que no la ama ni el perro de su casa, 
    pues tiene peor sombra que la higuera? 
    ¡Horror! esa casada arrepentida          
    que hunde el globo terráqueo con su peso 
    y que está ya en sazón para comida, 
    pues tiene mucha carne y poco hueso, 
    dice que en su inocencia 
    se equivocó de esposo;          
    y añade, como ley de su experiencia, 
    que todo el que se casa se equivoca. 
    Y, aunque aun existe, su difunto esposo, 
    con cara de canónigo dichoso, 
    todo cuanto sostiene          
    lo jura por el alma de su esposa... 
    Sin duda no le importa una gran cosa 
    que el alma de su esposa se condene. 
    ¡Amar a una casada! cree mi tía 
    que eso es común hoy día.          
    ¡Esos hombres traidores 
    nunca quieren tener en sus amores 
    ni registro civil ni vicaría! 
    ¡Amar a una casada! Vamos, vamos, 
    si a mí me diera San Miguel su espada,          
    ya estaría a estas horas traspasada... 

    (Rezando.) 
     
    Así como nosotros perdonamos... 



       VII 


    Ese hombre se ha dormido, 
    y yo tengo entretanto 
    la sangre hecha un vinagre enrojecido.          
    ¡Cuán maldita es mi suerte!... 

    (Suena dentro la campanilla.) 
     
    (Dándose golpes de pecho.) 
     
    ¡Santo! ¡Santo! 
    Como estoy tan deprisa 
    sigo haciendo del rezo un embolismo. 
    ¿Quién podría creer que estoy en misa          
    rezando y maldiciendo a un tiempo mismo? 
    Mas ¿no he de maldecirlas? Abomino 
    a las viudas, casadas y solteras 
    que salen a un camino 
    haciendo eses de amor con las caderas,          
    y luego dan posada al peregrino 
    metidas por bondad a posaderas. 

    (Se oye la marcha Real en la iglesia y el trote de un caballo en la calle.) 
     
    ¡Qué rumor! ¡qué rumor! Se me figura... 
    No parece sino que lo hace el diablo. 
    No hay duda, pasa Pablo          
    ahora que va a alzar el señor cura. 
    Me voy; si ofendo al cielo 
    le pediré mañana mil perdones. 
    ¿Dónde están mi abanico y mi pañuelo, 
    mi rosario y mi libro de oraciones?...          
    ¡Están, como la tropa en las acciones, 
    cubriendo de cadáveres el suelo! 
    Diré que los recoja al monaguillo 
    que todas las mañanas, 
    más bien que por demócrata por pillo,          
    toca el himno de Riego en las campanas. 

    (Habla con un monaguillo que, haciéndose cruces, va recogiendo los objetos nombrados.) 
     
    Voy, voy. Con estas idas y venidas 
    me expongo a no llegar antes que pase... 

    (Arrodillándose frente a la puerta de la iglesia.) 
     
    ¡Señor! ¡Señor! después que yo me case, 
    ¡qué misas he de oír tan bien oídas!...          

    (Vase PETRA por la izquierda.) 
     
    (El telón cae al son de la marcha Real tocada en el armonio.)