Entre un pecho y la bala que lo busca 
hay la misma distancia 
que existe entre los dedos y el gatillo. 
La muerte no se mide por pulgadas. 
En la tarde, la niebla 
tiene forma de adiós. 
Ella está sola al lado de la vía. 
Mira el tren que se aleja 
cada vez más pequeño, cada vez más lejano 
igual que una canción envejecida. 
Puede extender la mano contra el sol del oeste. 
En ese instante, el tren 
le cabe entre dos dedos. 
Entonces piensa: Este es el tamaño 
exacto de mi vida. 
Sin embargo, ya sabe 
que las cosas que el tren arrastra lejos 
no cabrán nunca más 
entre su pecho y el último segundo 
en que su corazón siga latiendo. 
La vida es un asunto 
que no puede medirse por pulgadas. 
Es una tarde pálida. Ella sigue mirando, 
inmóvil como el tiempo de los ejecutados. 
Trata de calcular la lejanía 
que existe entre ella misma 
y sus mejores sueños. 
La ilusión es un río 
que no puede medirse con las manos. 
En medio del andén, detenida en el tiempo, 
una mujer aprende que marcharse 
es una nueva forma de seguir estando 
siempre en alguna parte.