Cayo Hueso - Dublín, de Raquel Lanseros | Poema

    Poema en español
    Cayo Hueso - Dublín

    De espaldas se dijera un hombre hercúleo 
    manos inabarcables que a fuerza de apretar 
    se iban deshilachando, pero seguían vacías. 

    Cuando emigra el futuro, el hambre permanece. 

    Cansado de zurcir la realidad mugrienta 
    un día decidió postularse ante un sueño 
    en una isla lejana, nuestra y nosotros de ella 
    tan imbricada y húmeda de historia compartida 
    toda ascendencia fértil, 
    cimiento de esperanza. 

    En Holguín mi bisabuelo Zacarías Lanseros 
    pasaba al raso noches de paz junto al bohío 
    empuñando los astros con ese coraje 
    de quienes nada tienen y son dueños de todo. 

    Después vino el brillante regocijo en La Habana 
    la fiesta del vigor, la guayabera nueva 
    esta fotografía en sepia desde donde 
    me miras con mis ojos a través de los años. 

    Las palabras son vínculos y son pesados diques. 

    Hilvanabas los días debajo de un jagüey 
    al lado de un anciano a quien nunca entendiste 
    padre del capataz americano 
    al mando del mañana: la línea ferroviaria 
    pionera entre Miami y Cayo Hueso. 

    Regresaban exhaustos girando el cigüeñal 
    aquellos hombres de tez anochecida: 
    Come on, Zacariah, come on! 
    Cuánto habrías deseado poder hablar con ellos. 

    Ochenta años después, sobre la hierba 
    de otro país repleto de emigrantes 
    una chica morena descubre a Seamus Heaney. 
    Cada tarde a las seis su patrona la busca: 
    Come on, Rachel, come on! 

    Bienaventurados los que depositan 
    su diáfana semilla dentro de la tierra 
    porque de ellos será el reino de los tiempos. 

    He venido a decirte que vengué tu memoria 
    comprendiendo el destino en varias lenguas. 
    Igual que, de rodillas, postrada ante tu alma 
    escribo este poema que conjure el olvido. 

    ¿Qué importa que naciese cuando tú ya habías muerto? 
    La mirada de dios convierte en uno 
    pasado y porvenir. Hay algo ignoto 
    que me permite oír llorar a aquellas vías 
    cuando me quedo a solas. El afán de mi sangre 
    sigue volviendo a casa cada noche por las viejas traviesas. 

    Con una única vida nunca es suficiente.