De espaldas se dijera un hombre hercúleo
manos inabarcables que a fuerza de apretar
se iban deshilachando, pero seguían vacías.
Cuando emigra el futuro, el hambre permanece.
Cansado de zurcir la realidad mugrienta
un día decidió postularse ante un sueño
en una isla lejana, nuestra y nosotros de ella
tan imbricada y húmeda de historia compartida
toda ascendencia fértil,
cimiento de esperanza.
En Holguín mi bisabuelo Zacarías Lanseros
pasaba al raso noches de paz junto al bohío
empuñando los astros con ese coraje
de quienes nada tienen y son dueños de todo.
Después vino el brillante regocijo en La Habana
la fiesta del vigor, la guayabera nueva
esta fotografía en sepia desde donde
me miras con mis ojos a través de los años.
Las palabras son vínculos y son pesados diques.
Hilvanabas los días debajo de un jagüey
al lado de un anciano a quien nunca entendiste
padre del capataz americano
al mando del mañana: la línea ferroviaria
pionera entre Miami y Cayo Hueso.
Regresaban exhaustos girando el cigüeñal
aquellos hombres de tez anochecida:
Come on, Zacariah, come on!
Cuánto habrías deseado poder hablar con ellos.
Ochenta años después, sobre la hierba
de otro país repleto de emigrantes
una chica morena descubre a Seamus Heaney.
Cada tarde a las seis su patrona la busca:
Come on, Rachel, come on!
Bienaventurados los que depositan
su diáfana semilla dentro de la tierra
porque de ellos será el reino de los tiempos.
He venido a decirte que vengué tu memoria
comprendiendo el destino en varias lenguas.
Igual que, de rodillas, postrada ante tu alma
escribo este poema que conjure el olvido.
¿Qué importa que naciese cuando tú ya habías muerto?
La mirada de dios convierte en uno
pasado y porvenir. Hay algo ignoto
que me permite oír llorar a aquellas vías
cuando me quedo a solas. El afán de mi sangre
sigue volviendo a casa cada noche por las viejas traviesas.
Con una única vida nunca es suficiente.