Por celebrar el cuerpo, tan hecho de presente por estirar sus márgenes y unirlos al círculo infinito de la savia nos buscamos a tientas los contornos para fundir la piel deshabitada con el rumor sagrado de la vida.
Tú me miras colmado de cuanto forja el goce, volcándome la sangre hacia el origen y las ganas tomadas hasta el fondo.
No existe conjunción más verdadera ni mayor claridad en la sustancia de que estamos creados.
Esta fusión bendita hecha de entrañas, la arteria permanente de la estirpe.
Por celebrar el cuerpo, tan hecho de presente por estirar sus márgenes y unirlos al círculo infinito de la savia nos buscamos a tientas los contornos para fundir la piel deshabitada con el rumor sagrado de la vida.
Que no crezca jamás en mis entrañas esa calma aparente llamada escepticismo. Huya yo del resabio, del cinismo, de la imparcialidad de hombros encogidos. Crea yo siempre en la vida crea yo siempre en las mil infinitas posibilidades.
Yo nunca resistí las despedidas con su mezcla de muerte y precipicio con el aroma amargo de la finitud empalagando el ánimo con esa luz de hielo matutino que penetra debajo de los párpados.
Ahora ya sé que pasé por tu vida como pasan los ríos debajo de los puentes indiferentes, turbios, orgullosos con la trivialidad desdibujada de las pequeñas cosas que parecen eternas.
A cambio de mi vida nada acepto. ¿Qué se puede ofrecer que valga más que el calor de la llama, que la espiga convocada a ser grano, que la noche que dentro ya contiene el joven día?