The night of loveless nights, de Robert Desnos | Poema

    Poema en español
    The night of loveless nights

    Noche glacial y pútrida, noche espantable, noche 
    De fantasmas inválidos y de plantas podridas, 
    Incandescente noche, llama y fuego en los pozos, 
    Tinieblas sin relámpagos, astucias y mentiras. 

    En el fragor del río, ¿quién me mira? ¿Marinos, 
    Pescadores, ahogados? ¡Reventad los tumores 
    Malignos en la piel de las sombras fugaces, 
    Ya me han visto esos ojos, clamores: resonad! 

    Hasta los edificios alargaba ese día 
    El sol, en la ciudad, la sombra de los árboles. 
    Restallaban banderas en lo alto de las torres, 
    Daba a los sacrificios sus frutos el verano. 

    Vienes de lejos, sí, vomitando culebras, 
    Triste asesino, héroe, por cierto, sin dolor 
    El amante se esfuma, y a ti, hijo suicida 
    De tus obras, ¿ansiar la dicha te avergüenza? 

    En mi hielo, oh espectro, la noche se prolonga 
    Entre féretros fríos y pechos goteantes, 
    Quema y arde el amor como una falsa oronja 
    Y en las manos inválidas la sombra de una amante. 

    Sin embargo no eres de aquellos que desdeño. 
    Estréchame la mano, ¡oh mi hermano!, besémonos 
    Entre cartas de amor, entre cintas y peines, 
    La plegaria jamás ensució tus rodillas. 

    Buscabas en la playa al pie de los peñascos 
    La cala donde encallan las estrellas marinas: 
    Por el gélido cielo los fuegos del ocaso 
    Navegaban, y tú, soñando entre salinas, 

    Veías circular barcos desconocidos 
    En el agua agitada por saltos imposibles. 
    ¿Dónde están esas tardes? Apuntad los cañones, 
    olas, hacia los blancos del cielo rumoroso. 

    Qué destino te hizo siervo de las severas, 
    Las de largos cabellos que hechizan colibríes, 
    Las que en el duro seno dan un fatal asilo, 
    Las que llevan un nido de misterio en la nuca, 

    Las que hallaste desnudas en noches de naufragio, 
    Las que incendios y páramos pueblan, las que mienten 
    Sin por eso perder la mirada sincera, 
    Las que agostó el fatal amor antes de tiempo, 

    Las de hondo corazón, las de piernas hermosas, 
    Las de sutil sonrisa, malvada y delicada, 
    Las de ternura ardiente como un diamante en llamas, 
    Las que en la marcha van meneando las caderas. 

    Las de bragas estrechas que estrangulan los muslos, 
    Las que bajo la falda llevan un pantalón 
    Blanco que, artificioso, les desnuda la piel 
    Entre la jarretera y el vuelo de volados, 

    Las que ansioso seguiste con esperanza o dudas 
    No se volvieron nunca, nunca para mirarte, 
    Y las flores marchitas que al andar arrojaban 
    Te arrastraron tras ellas, al azar de sus pasos. 

    Hasta la muerte, empero, las seguirás, sin pausa, 
    Con los ojos cansados de indagar las tinieblas, 
    De ver un nuevo día nacer sobre sus lechos 
    Y de albergar su sombra en tus ojos cerrados. 

    Con su mirada dulce y una rosa en la boca, 
    Torturarán tu pecho, derramarán tu sangre 
    Encarnizadamente, con sus manos crueles, 
    Como por castigar el amor que les dieron. 

    Qué dicha si bastara, para lograr su amor, 
    Hacer frente sin miedo a increíbles peligros, 
    Conservar siempre fieles el corazón y el alma 
    Para ver la ternura en sus ojos brillantes, 

    Pero los más audaces, si no los más sinceros, 
    Roban, a boca llena, a sus bocas un sí, 
    Y ante nosotros, como en un mascarón de proa, 
    Esplende su sonrisa y flotan sus cabellos. 

    Pues lo único rige el amor y sus penas, 
    Sólo él poseyó las almas fervorosas 
    Algunos, sometidos por desgracia a su ley 
    Víctimas de un verdugo fueron durante años. 

    En sus metamorfosis otros lo persiguieron: 
    Tras ojos muy azules, he aquí los muy negros 
    Brillando en una cara donde muere la rosa, 
    Más profundos que el cielo y la desesperanza. 

    Amo de sus insomnios y también de su sueño 
    En masa los arrastra, por diversos países, 
    En pos de epifanías y mares desventrados... 
    Será la pleamar y faltará la estrella. 

    Alguien me dijo que, extraviado entre hielos, 
    En un caos de montes y lejos de los mares, 
    Vio pasar sin violencia y sin humo la masa 
    Empenachada, inmensa, de un barco gigantesco. 

    Marinos silenciosos asían los cordajes 
    Y pájaros chillones rozaban los obenques, 
    Contra los parapetos soñaban bailarinas 
    Enfundadas en telas suntuosas y turbantes. 

    En sus cuellos y brazos enhebraban las joyas 
    Mil destellos glaciales, y grandes abanicos 
    De plumas, en sus manos, crepitaban, tendidos 
    Hacia escalas con torres rojas de fiesta y bailes. 

    Bailarines absortos en su melancolía, 
    En sueños comparaban sus ansias al acero. 
    Entre los montes era, en noche de locura, 
    Grandes nubes rozaban el flanco de los témpanos. 

    Hubo otro, también, que en medio de un calvero 
    Un rosal descubrió entre enhiestos abetos. 
    ¿Cuántas rosas de sangre alcanzó a recoger 
    Antes de adormecerse, al alba, bajo el musgo? 

    Sus ojos preservaron, sin embargo, el extraño 
    Paisaje en la pupila, y su titubeante 
    Corazón eligió, para dejar la lucha, 
    El lugar que embalsaman la rosa y el tomillo. 

    En la época aquella en que con voz vibrante 
    Cantábamos, cruzamos singulares países 
    En que a nuestras amadas, con palabras de claro 
    Sentido familiar, el eco respondía. 

    Pero hoy, desde que la noche nos aplasta, 
    En nuestro pecho tienen acentos misteriosos 
    Esas voces, y cuando nos las trae el recuerdo 
    Su orden imperiosa nosotros no acatamos. 

    ¿Escucháis esas voces cantando en la montaña, 
    Escucháis la trompetas romanas y los cuernos? 
    ¿Por qué sólo cantamos estribillos de reos 
    Al compás de una eterna y lúgubre campana? 

    ¿Será acaso Don Juan quien va por la alameda 
    En que la sombra se une a espectros del amor? 
    ¿Ha marcado los pechos con su talón pesado 
    El paso que resuena en las noches desiertas? 

    No es por cierto el Don Juan que desciende impasible 
    La escalera bañada de luces infernales, 
    Ni aquel que profanó, escupiendo, la Biblia 
    Y bebía, burlón, con el Comendador. 

    Incomprendidos, nunca conmovieron sus ojos, 
    Ni conoció su boca sino el beso del sueño, 
    Y es el Don Juan que sueña, en sombríos ardores, 
    Con la que lo desprecia y lo ignora y sin tregua 

    Clava su boca muda, sus labios sepulcrales, 
    Sus helados diamantes en sus ojos y boca, 
    Crueles ojos de esfinge y manos animales 
    En sus ojos y manos, y en su estrella y su cielo. 

    Mas él, herido el pecho por difuntas quimeras, 
    Que hunden aún el pico pútrido en sus amores, 
    Con un beso viril, oh bellezas efímeras, 
    Os salvará quizás antes que llegue el fin. 

    En su boca la risa fresas aplastará, 
    Un destino más puro le marcará los ojos. 
    Es Baco que renace de brasas y ceniza, 
    En los dientes ceniza y brasas en las manos. 

    Mas por uno que vuelve, cuántos que sin morir 
    En los pies y en el alma llevan duras cadenas. 
    Los ríos correrán, se pudrirán los muertos... 
    Cada año las hayas se cubrirán de hojas.