Eternidad, de Susana March | Poema

    Poema en español
    Eternidad

    Yo sé que estaba entonces cuando nada existía... 
    Estaba allí, en las sombras de un valle solitario 
    donde aún no fluía la música del agua. 
    Mi desnudez se alzaba sobre el vago paisaje 
    como un grito de auxilio en el mortal vacío. 
    Fueron mis senos las primeras flores, 
    y mi vientre la almohada de la vida; 
    nacieron de mis ojos las estrellas 
    y mi mano encendió la viva antorcha 
    de la continuidad. Bestias y plantas 
    latían a la vez en mis arterias. 
    Avanzaba insegura entre las sombras 
    y a mi paso las tierras florecían.... 

    ¡Ya ves si es vieja el alma que te busca! 
    ¡Qué corte de milenios la acompaña! 
    Presencié la erupción de los volcanes, 
    el duro nacimiento de los montes; 
    vi marchitarse inmensos vegetales 
    que ya no conocieron los humanos. 
    Y hundida en las tinieblas inauditas, 
    escuché los aullidos de los monstruos 
    que mataban la luz a cuchilladas. 

    Heme aquí, tan antigua como el mundo, 
    con este amor nacido de mi frente, 
    con esta enorme sed que no he saciado. 
    No me exijas virginidad alguna. 
    Allá, en aquel silencio pavoroso, 
    la Vida me violó bárbaramente... 
    Manchada estoy por la humedad del musgo, 
    por la tierra y el fuego y la lascivia 
    milagrosa del aire. Si me quieres, 
    tómame fecundada por los sueños, 
    preñada por la gracia de los siglos.

    • He soñado contigo 
      sin saber que soñaba... 

      En la gran chimenea 
      crepitaban las llamas, 
      la tarde se moría 
      detrás de la ventana. 

      Te he visto en mis ensueños 
      como un blanco fantasma, 
      alto junco ceñido 
      al aire de mi alma. 

    • ¡Ah, déjame que cante 
      para ti esa canción vaga y remota! 
      Yo nací con un verso clavado en mi costado, 
      por cuya herida mana mi sangre enfebrecida. 
      No tengo más que esta tristeza lírica 
      y esta pasión de ser... Desalentada, 
      soy como corza huyendo de la vida. 

    • No es el dolor de los amores incumplidos 
      ni los ideales deshechos. 
      No es tan siquiera la melancolía 
      de envejecer. 
      Es algo más tremendo y más grande, 
      algo que crece dentro de mÍ, 
      tal vez en el tuétano de los huesos 
      y que, acaso, se llame vida. 

    • ¡Ay, qué desconcierto 
      estar aquí, sin amor! 
      Tiembla la primavera 
      en cada miembro mío; 
      el aire engarza pájaros, 
      las nubes se desposan 
      como un príncipe rubio que las viste de oro; 
      un vegetal desmayo 

    • Yo sé que estaba entonces cuando nada existía... 
      Estaba allí, en las sombras de un valle solitario 
      donde aún no fluía la música del agua. 
      Mi desnudez se alzaba sobre el vago paisaje 
      como un grito de auxilio en el mortal vacío. 

    • Dame tu voz antigua en cuyo acento escucho 
      el rumor de los bosques primitivos, 
      el canto misterioso de los seres selváticos, 
      el grito de agonía 
      de la primera virgen violada. 
      Dame tu voz antigua donde yo reconozco 
      mi propia voz extinguida,