La tristeza, de Susana March | Poema

    Poema en español
    La tristeza

    No es el dolor de los amores incumplidos 
    ni los ideales deshechos. 
    No es tan siquiera la melancolía 
    de envejecer. 
    Es algo más tremendo y más grande, 
    algo que crece dentro de mÍ, 
    tal vez en el tuétano de los huesos 
    y que, acaso, se llame vida. 
    Porque vivir es triste: 
    vivir es una daga que se lleva clavada en la sangre. 
    Me duele abrir los ojos todas las mañanas 
    y encararme con las cosas que conozco y no entiendo. 

    Me duele dormirme todas las noches 
    y no haberme respondido a nada. 
    ¡Porque nada tiene respuesta! 
    He dado un hijo al mundo 
    y este hijo me pesa en la conciencia, 
    porque lo he creado para la muerte y el dolor. 
    Sus jóvenes miembros perecerán un día, 
    se secará su risa 
    como las viejas fuentes de la montaña. 
    ¡Un cuerpo tan hermoso, un corazón tan puro! 

    No puedo sentir conformidad. 
    Hay en mi corazón un rebelde brote que me aflige. 
    ¡Llámense dichosos ellos! Yo no. 
    Cuando hundo el rostro entre las manos, 
    no lloro por un dolor concreto. 
    La voz humana no podrá consolarme jamás 
    porque ignora la palabra justa. 
    Tal vez Dios la pronunciará algún día. Dirá: 
    'Levántate'. 
    Y yo ascenderé hasta el límite del hombre, 
    más allá de sus pasiones sencillas y bárbaras. 
    Ascenderé hasta el ángel y la estrella, 
    hasta la celeste sandalia del Creador. 
    Y sentiré en mi pecho la resurrección 
    de los antiguos privilegios humanos; 
    el privilegio de la ternura y de la paz, 
    de la piedad y de la alegría. 
    Porque yo sólo he contemplado en torno mío 
    odios y guerras fratricidas, 
    hipócritas mendigos que cubren sus harapos 
    con regios mantos de virtud, 
    niños hambrientos y descalzos, 
    prostitutas; 
    hombres enriquecidos en criminal comercio, 
    ¡miseria en todas partes! 
    siglo amargo mi siglo para gozar del mundo, 
    amar la primavera, 
    vestir los blancos ropajes de la felicidad. 
    ¡Un luto eterno bajo la piel! 
    Un luto eterno 
    para los que murieron torturados 
    en las guerras, 
    para los que perdieron sus hijos y su hogar, 
    para los desterrados y los tristes 
    que todavía no han hallado el camino del regreso.

    • He soñado contigo 
      sin saber que soñaba... 

      En la gran chimenea 
      crepitaban las llamas, 
      la tarde se moría 
      detrás de la ventana. 

      Te he visto en mis ensueños 
      como un blanco fantasma, 
      alto junco ceñido 
      al aire de mi alma. 

    • ¡Ah, déjame que cante 
      para ti esa canción vaga y remota! 
      Yo nací con un verso clavado en mi costado, 
      por cuya herida mana mi sangre enfebrecida. 
      No tengo más que esta tristeza lírica 
      y esta pasión de ser... Desalentada, 
      soy como corza huyendo de la vida. 

    • No es el dolor de los amores incumplidos 
      ni los ideales deshechos. 
      No es tan siquiera la melancolía 
      de envejecer. 
      Es algo más tremendo y más grande, 
      algo que crece dentro de mÍ, 
      tal vez en el tuétano de los huesos 
      y que, acaso, se llame vida. 

    • ¡Ay, qué desconcierto 
      estar aquí, sin amor! 
      Tiembla la primavera 
      en cada miembro mío; 
      el aire engarza pájaros, 
      las nubes se desposan 
      como un príncipe rubio que las viste de oro; 
      un vegetal desmayo 

    • Yo sé que estaba entonces cuando nada existía... 
      Estaba allí, en las sombras de un valle solitario 
      donde aún no fluía la música del agua. 
      Mi desnudez se alzaba sobre el vago paisaje 
      como un grito de auxilio en el mortal vacío. 

    • Dame tu voz antigua en cuyo acento escucho 
      el rumor de los bosques primitivos, 
      el canto misterioso de los seres selváticos, 
      el grito de agonía 
      de la primera virgen violada. 
      Dame tu voz antigua donde yo reconozco 
      mi propia voz extinguida,