¡Ah, déjame que cante para ti esa canción vaga y remota! Yo nací con un verso clavado en mi costado, por cuya herida mana mi sangre enfebrecida. No tengo más que esta tristeza lírica y esta pasión de ser... Desalentada, soy como corza huyendo de la vida. ¿Serás tú el cazador que me derribe mal herida, en los campos del deseo? ¿Será tu mocedad la que traduzca la inquietud de mi carne enamorada? ¡Qué sola estoy sin ti! Sola y perdida como un arcángel triste, desterrado, que al pie de los celestes torreones evoca su perdida aristocracia. ¿Por qué vacilo aún si estoy muriendo por apagar mi sed en tu corriente? Mi timidez me ciñe a la tortura de soñarte hasta el éxtasis y, a veces, -¡tanto te habré besado!- que despierto con un sabor de estrellas en los labios.
¡Ah, déjame que cante para ti esa canción vaga y remota! Yo nací con un verso clavado en mi costado, por cuya herida mana mi sangre enfebrecida. No tengo más que esta tristeza lírica y esta pasión de ser... Desalentada, soy como corza huyendo de la vida.
No es el dolor de los amores incumplidos ni los ideales deshechos. No es tan siquiera la melancolía de envejecer. Es algo más tremendo y más grande, algo que crece dentro de mÍ, tal vez en el tuétano de los huesos y que, acaso, se llame vida.
Dame tu voz antigua en cuyo acento escucho el rumor de los bosques primitivos, el canto misterioso de los seres selváticos, el grito de agonía de la primera virgen violada. Dame tu voz antigua donde yo reconozco mi propia voz extinguida,
¡Ay, qué desconcierto estar aquí, sin amor! Tiembla la primavera en cada miembro mío; el aire engarza pájaros, las nubes se desposan como un príncipe rubio que las viste de oro; un vegetal desmayo
Yo sé que estaba entonces cuando nada existía... Estaba allí, en las sombras de un valle solitario donde aún no fluía la música del agua. Mi desnudez se alzaba sobre el vago paisaje como un grito de auxilio en el mortal vacío.