En la gran chimenea crepitaban las llamas, la tarde se moría detrás de la ventana.
Te he visto en mis ensueños como un blanco fantasma, alto junco ceñido al aire de mi alma.
Te he visto ennoblecido por estrellas lejanas, turbado por la fiebre de mi propia nostalgia.
Sobre la alfombra, quieta, te sueño arrodillada. Te sueño como a un Príncipe de los cuentos de Hadas, como a un vikingo rubio con escudo de plata.
¡Qué bien quererte mucho hasta quedar exhausta! ¡Qué bien sentirme siempre, -¡Dios mío!- enamorada! Me da miedo el vacío que me queda en el alma, el frío que me hiela cuando el hechizo pasa.
Yo quiero amarte mucho, con un amor sin pausa, con un amor sin término, como los dioses aman, como los astros, como las bestias y las plantas.
Siento celos del leño que acaricia la llama... ¡Igual me abrasaría si tu me acariciaras!
¡Ah, déjame que cante para ti esa canción vaga y remota! Yo nací con un verso clavado en mi costado, por cuya herida mana mi sangre enfebrecida. No tengo más que esta tristeza lírica y esta pasión de ser... Desalentada, soy como corza huyendo de la vida.
No es el dolor de los amores incumplidos ni los ideales deshechos. No es tan siquiera la melancolía de envejecer. Es algo más tremendo y más grande, algo que crece dentro de mÍ, tal vez en el tuétano de los huesos y que, acaso, se llame vida.
Dame tu voz antigua en cuyo acento escucho el rumor de los bosques primitivos, el canto misterioso de los seres selváticos, el grito de agonía de la primera virgen violada. Dame tu voz antigua donde yo reconozco mi propia voz extinguida,
¡Ay, qué desconcierto estar aquí, sin amor! Tiembla la primavera en cada miembro mío; el aire engarza pájaros, las nubes se desposan como un príncipe rubio que las viste de oro; un vegetal desmayo
Yo sé que estaba entonces cuando nada existía... Estaba allí, en las sombras de un valle solitario donde aún no fluía la música del agua. Mi desnudez se alzaba sobre el vago paisaje como un grito de auxilio en el mortal vacío.