Dame tu voz antigua en cuyo acento escucho el rumor de los bosques primitivos, el canto misterioso de los seres selváticos, el grito de agonía de la primera virgen violada. Dame tu voz antigua donde yo reconozco mi propia voz extinguida, aquella que cantaba hace milenios en las frondosas selvas sin historia, aquella que sonaba en el murmullo de las límpidas fuentes intocadas.
Yo fui una gota de agua, o un pájaro aturdido cruzando el aire nuevo de la aurora del mundo; acaso un pez de oro sobre cuyas escamas probó el sol la dorada destreza de sus rayos. Mas era ya la misma doliente criatura que ahora soy, consumida de sueños y tristezas, en el ardiente caos del Paraíso, con los ojos abiertos al secreto de Dios.
Es tu voz el puente por donde regreso, milenios y milenios traspasando, a mi libre existencia de agua fresca, de verde candidez. Mi carne gime escuchando tu voz como si oyera la llamada lejana y misteriosa de las tribus sin nombre. Rituales de sangre y fuego en el brutal nocturno, aullidos fugitivos y, en la hierba, mi cuerpo -¿de mujer?, ¿de reptil?, ¿de insecto?- hollado por la bárbara dulzura de la pasión del mundo.
¡Ah, déjame que cante para ti esa canción vaga y remota! Yo nací con un verso clavado en mi costado, por cuya herida mana mi sangre enfebrecida. No tengo más que esta tristeza lírica y esta pasión de ser... Desalentada, soy como corza huyendo de la vida.
Yo sé que estaba entonces cuando nada existía... Estaba allí, en las sombras de un valle solitario donde aún no fluía la música del agua. Mi desnudez se alzaba sobre el vago paisaje como un grito de auxilio en el mortal vacío.
No es el dolor de los amores incumplidos ni los ideales deshechos. No es tan siquiera la melancolía de envejecer. Es algo más tremendo y más grande, algo que crece dentro de mÍ, tal vez en el tuétano de los huesos y que, acaso, se llame vida.
Dame tu voz antigua en cuyo acento escucho el rumor de los bosques primitivos, el canto misterioso de los seres selváticos, el grito de agonía de la primera virgen violada. Dame tu voz antigua donde yo reconozco mi propia voz extinguida,
¡Ay, qué desconcierto estar aquí, sin amor! Tiembla la primavera en cada miembro mío; el aire engarza pájaros, las nubes se desposan como un príncipe rubio que las viste de oro; un vegetal desmayo