No, corazón, no te hundas. 
Y vosotros, ojos, no queráis cerraros en llanto. 
La vida es mucho más larga, mucho más grande de lo que ahora 
supones, mucho más magnánima. 
¿Te atreverás a decirle que te debe algo? 
Eres tú quien se lo debes todo. 
Y aún tendrás que deberle muchas cosas hasta que mueras, 
y la muerte misma es un deber que tienes hacia la vida. 
Agradece al tiempo que, mucho más sabio que tú, no apresure tus 
 horas de dolor ni se demore en tus momentos de dicha, 
sino que te los mida con la misma igualdad, con la misma ecuanimidad generosa. 
Agradece al sol que siga saliendo puntualmente, ajeno por completo a 
ponerse 
al compás febril de tu pulso. 
Te quejas. Dices que sufres. 
Dices que no puedes más. 
Aún volverás a sufrir, y a amar, y a sufrir de nuevo, 
y a gozar otra vez y otra y otra. 
Sólo morirás una vez, eso es lo único que no podrá repetirse, 
pero la vida es una continua repetición. 
Te ha de dar todavía muchas ocasiones de equivocarte, 
y tú has de llegar aún a acertar con el buen momento, 
que el mundo te ha de volver a brindar como te lo ha brindado 
 ya tantas veces. 
¿Dices que estás solo? 
No es mirándote al espejo como encontrarás compañía. 
Coge el primer objeto que esté a tu alcance, 
un vaso, una flor o simplemente el periódico. 
Acarícialos, acarícialos. 
Levanta la vista, tiéndela alrededor tuyo. 
Sí, es verdad que no puedes ver los ojos que tú amas tanto. 
Por hermosos que sean no podrán compararse nunca con las estrellas 
(a pesar de los poetas románticos). 
Habla, habla, pero no contigo. 
Déjate de soliloquios y silogismos y sentimentales monólogos. 
Habla con el cartero, con el conductor del tranvía 
 (aunque esté prohibido); 
habla con el niño que está jugando en la acera, 
vete a beber unas copas con el primer borracho de la esquina. 
¿Creías que el mundo termina donde tú acabas? 
Tú eres ya no fin, pero ni siquiera comienzo de ninguna cosa. 
No eres comienzo ni de ti mismo. 
¿Recuerdas a tu madre? 
No la compadezcas: ya murió, ya vivió, ya sufrió y gozó todo aquello 
 que le tocó en suerte. 
Tú tienes todavía la de vivir, la de seguir vivo. 
No tengas ninguna prisa en morirte. 
No te esfuerces en buscar lo único que posees seguro. 
Oh, delgado contorno de la vida. 
El fluir de la sangre en él acaba. 
Oh, columna de luz y ansia de lava. 
Volcán para mi mano estremecida. 
No sabe qué es amor quien no te ama. 
No sabe qué es amor quien no te mira. 
Tú arrancaste a su alma y a su lira 
el son más dulce, la más fiera llama. 
Arcángel derribado, el más hermoso 
de todos tú, el más bello, el que quisiste 
ser como Dios, ser Dios, mi arcángel triste, 
sueño mío rebelde y ambicioso. 
No, corazón, no te hundas. 
Y vosotros, ojos, no queráis cerraros en llanto. 
La vida es mucho más larga, mucho más grande de lo que ahora 
supones, mucho más magnánima. 
¿Te atreverás a decirle que te debe algo? 
Eres tú quien se lo debes todo. 
Vidrio de una ventana 
entreabierta de julio 
Hasta mí que tendido 
descanso con cansancio 
feliz de sucesivos 
tiempos y espacios llega 
el verano su soplo 
vital cálido... Vidrio 
en el que ahora contemplo 
reflejadas las casas 
¡Qué profundo es mi sueño! 
¡Qué profundo y qué claro, 
qué transparente es, ahora, el universo! 
Si pensando en ti, siempre, 
si, soñado contigo, me desvelo, 
y te miro por dentro, con mis ojos, 
si te miro por dentro... 
Y de repente dije: Esto es la vida. 
Esto y no más. Palpé su forma cierta. 
La adiviné mortal. El alma, alerta, 
vibró un instante toda estremecida. 
Hay un reguero dulce y encendido 
de sol sobre los álamos dorados. 
Y, a lo lejos, los montes ya nevados 
encalman el paisaje atardecido.