Leemos las cartas de los difuntos como impotentes dioses, pero dioses a fin de cuentas porque conocemos las fechas posteriores. Sabemos qué dinero no ha sido devuelto. Con quién se casaron rápidamente las viudas. Pobres difuntos, inocentes difuntos, engañados, falibles, ineptamente precavidos. Vemos los gestos y las señas que hacen a sus espaldas. Cazamos con el oído el rumor de los testamentos rotos. Están sentados frente a nosotros, ridículos, como en panecillos con mantequilla, o se echan a correr tras los sombreros que vuelan de sus cabezas. Su mal gusto, Napoleón, el vapor y la electricidad, sus mortales curas para enfermedades curables, el insensato Apocalipsis según San Juan, el falso paraíso en la tierra según Juan Jacobo… Observamos en silencio sus peones en el tablero, sólo que tres casillas más allá. Todo lo previsto por ellos salió de una manera totalmente diferente, o un poco diferente, es decir, también totalmente diferente. Los más diligentes nos miran ingenuamente a los ojos, porque hacían cuenta de que encontrarían en ellos la perfección.
Hay catálogos de catálogos. Hay poemas sobre poemas. Hay obras sobre actores representadas por actores. Cartas motivadas por cartas. Palabras que sirven para explicar palabras. Cerebros ocupados en estudiar el cerebro.
Pido perdón al azar por llamarlo necesidad. Pido perdón a la necesidad por si me equivoco. Que no se enoje la suerte por apropiármela. Que no me reprochen los muertos la palidez de mis recuerdos.
Leemos las cartas de los difuntos como impotentes dioses, pero dioses a fin de cuentas porque conocemos las fechas posteriores. Sabemos qué dinero no ha sido devuelto. Con quién se casaron rápidamente las viudas. Pobres difuntos, inocentes difuntos,