Gracias te doy, corazón mío, por no quejarte, por ir y venir sin premios, sin halagos, por diligencia innata.
Tienes setenta merecimientos por minuto. Cada una de tus sístoles es como empujar una barca hacia alta mar en un viaje alrededor del mundo.
Gracias te doy, corazón mío, porque una y otra vez me extraes del todo, y sigo separada hasta en el sueño.
Cuidas de que no me sueñe al vuelo, y hasta el extremo de un vuelo para el que no se necesitan alas.
Gracias te doy, corazón mío, por haberme despertado de nuevo, y aunque es domingo, día de descanso, bajo mis costillas continúa el movimiento de un día laboral.
Hay catálogos de catálogos. Hay poemas sobre poemas. Hay obras sobre actores representadas por actores. Cartas motivadas por cartas. Palabras que sirven para explicar palabras. Cerebros ocupados en estudiar el cerebro.
Pido perdón al azar por llamarlo necesidad. Pido perdón a la necesidad por si me equivoco. Que no se enoje la suerte por apropiármela. Que no me reprochen los muertos la palidez de mis recuerdos.
Leemos las cartas de los difuntos como impotentes dioses, pero dioses a fin de cuentas porque conocemos las fechas posteriores. Sabemos qué dinero no ha sido devuelto. Con quién se casaron rápidamente las viudas. Pobres difuntos, inocentes difuntos,