No le reprocho a la primavera que llegue de nuevo. No me quejo de que cumpla como todos los años con sus obligaciones.
Comprendo que mi tristeza no frenará la hierba. Si los tallos vacilan será sólo por el viento.
No me causa dolor que los sotos de alisos recuperen su murmullo.
Me doy por enterada de que, como si vivieras, la orilla de cierto lago es tan bella como era.
No le guardo rencor a la vista por la vista de una bahía deslumbrante.
Puedo incluso imaginarme que otros, no nosotros, estén sentados ahora mismo sobre el abedul derribado.
Respeto su derecho a reír, a susurrar y a quedarse felices en silencio.
Supongo incluso que los une el amor y que él la abraza a ella con brazos llenos de vida.
Algo nuevo, como un trino, comienza a gorgotear entre los juncos. Sinceramente les deseo que lo escuchen.
No exijo ningún cambio de las olas a la orilla, ligeras o perezosas, pero nunca obedientes. Nada le pido a las aguas junto al bosque, a veces esmeralda, a veces zafiro, a veces negras.
Una cosa no acepto. Volver a ese lugar. Renuncio al privilegio de la presencia.
Te he sobrevivido suficiente como para recordar desde lejos.
Hay catálogos de catálogos. Hay poemas sobre poemas. Hay obras sobre actores representadas por actores. Cartas motivadas por cartas. Palabras que sirven para explicar palabras. Cerebros ocupados en estudiar el cerebro.
Pido perdón al azar por llamarlo necesidad. Pido perdón a la necesidad por si me equivoco. Que no se enoje la suerte por apropiármela. Que no me reprochen los muertos la palidez de mis recuerdos.
Leemos las cartas de los difuntos como impotentes dioses, pero dioses a fin de cuentas porque conocemos las fechas posteriores. Sabemos qué dinero no ha sido devuelto. Con quién se casaron rápidamente las viudas. Pobres difuntos, inocentes difuntos,