Décima muerte, de Xavier Villaurrutia | Poema

    Poema en español
    Décima muerte

    ¡Qué prueba de la existencia 
    habrá mayor que la suerte 
    de estar viviendo sin verte 
    y muriendo en tu presencia! 
    Esta lúcida conciencia 
    de amar a lo nunca visto 
    y de esperar lo imprevisto; 
    este caer sin llegar 
    es la angustia de pensar 
    que puesto que muero existo. 

    Si en todas partes estás, 
    en el agua y en la tierra, 
    en el aire que me encierra 
    y en el incendio voraz; 
    y si a todas partes vas 
    conmigo en el pensamiento, 
    en el soplo de mi aliento 
    y en mi sangre confundida 
    ¿no serás, Muerte, en mi vida, 
    agua, fuego, polvo y viento? 

    Si tienes manos, que sean 
    de un tacto sutil y blando 
    apenas sensible cuando 
    anestesiado me crean; 
    y que tus ojos me vean 
    sin mirarme, de tal suerte 
    que nada me desconcierte 
    ni tu vista ni tu roce, 
    para no sentir un goce 
    ni un dolor contigo, Muerte. 

    Por caminos ignorados, 
    por hendiduras secretas, 
    por las misteriosas vetas 
    de troncos recién cortados 
    te ven mis ojos cerrados 
    entrar en mi alcoba oscura 
    a convertir mi envoltura 
    opaca, febril, cambiante, 
    luminosa, eterna y pura, 
    en materia de diamante. 

    No duermo para que al verte 
    llegar lenta y apagada, 
    para que al oír pausada 
    tu voz que silencios vierte, 
    para que al tocar la nada 
    que envuelve tu cuerpo yerto, 
    para que a tu olor desierto 
    pueda, sin sombra de sueño, 
    saber quede ti me adueño, 
    sentir que muero despierto. 

    La aguja del instantero 
    recorrerá su cuadrante, 
    todo cabrá en un instante 
    del espacio verdadero 
    que, ancho, profundo y señero, 
    será clásico a tu paso 
    de modo que el tiempo cierto 
    prolongará nuestro abrazo 
    y será posible acaso, 
    vivir después de haber muerto. 

    En el roce, en el contacto, 
    en la inefable delicia 
    de la suprema caricia 
    que desemboca en el acto, 
    hay el misterioso pacto 
    del espasmo delirante 
    en que un cielo alucinante 
    y un infierno de agonía 
    se funden cuando eres mía 
    y soy tuyo en un instante. 

    Hasta en la ausencia estás viva: 
    porque te encuentro en el hueco 
    de una forma y en el eco 
    de una nota fugitiva; 
    porque en mi propia saliva 
    fundes tu sabor sombrío, 
    y a cambio de lo que es mío 
    me dejas sólo el temor 
    de hallar hasta en el sabor 
    la presencia del vacío. 

    Si te llevo en mí prendida 
    y te acaricio y escondo; 
    si te alimento en el fondo 
    de mi más secreta herida; 
    si mi muerte te da vida 
    y goce mi frenesí 
    ¡qué será, Muerte, de ti 
    cuando al salir yo del mundo, 
    deshecho el nudo profundo, 
    tengas que salir de mí? 

    En vano amenazas, Muerte, 
    cerrar la boca a mi herida 
    y poner fin a mi vida 
    con una palabra inerte. 
    ¡Qué puedo pensar al verte, 
    si en mi angustia verdadera 
    tuve que violar la espera; 
    si en la vista de tu tardanza 
    para llenar mi esperanza 
    no hay hora en que yo no muera!