No quiero que los besos se paguen ni la sangre se venda ni se compre la brisa ni se alquile el aliento. No quiero que el trigo se queme y el pan se escatime.
No quiero que haya frío en las casas, que haya miedo en las calles, que haya rabia en los ojos.
No quiero que en los labios se encierren mentiras, que en las arcas se encierren millones, que en la cárcel se encierre a los buenos.
No quiero que el labriego trabaje sin agua que el marino navegue sin brújula, que en la fábrica no haya azucenas, que en la mina no vean la aurora, que en la escuela no ría el maestro.
No quiero que las madres no tengan perfumes, que las mozas no tengan amores, que los padres no tengan tabaco, que a los niños les pongan los Reyes camisetas de punto y cuadernos.
No quiero que la tierra se parta en porciones, que en el mar se establezcan dominios, que en el aire se agiten banderas que en los trajes se pongan señales.
No quiero que mi hijo desfile, que los hijos de madre desfilen con fusil y con muerte en el hombro; que jamás se disparen fusiles que jamás se fabriquen fusiles.
No quiero que me manden Fulano y Mengano, que me fisgue el vecino de enfrente, que me pongan carteles y sellos que decreten lo que es poesía.
No quiero amar en secreto, llorar en secreto cantar en secreto.
No quiero que me tapen la boca cuando digo NO QUIERO...
Nací en la cárcel, hijos. Soy un preso de siempre. Mi padre ya fue un preso. Y el padre de mi padre. Y mi madre alumbraba, uno tras otro, presos, como una perra perros. Es la ley, según dicen.
¿Qué vale una mujer? ¿Para qué sirve una mujer viviendo en puro grito? ¿Qué puede una mujer en la riada donde naufragan tantos superhombres y van desmoronándose las frentes alzadas como diques orgullosos cuando las aguas discurrían lentas?
Yo no iba sola entonces. Iba llena de ti y de mí. Colmada, verdecida, me erguía como grávida montaña de tierra fértil donde la simiente se esponja y apresura para el brote. Era mi carne, tensa y ahuecada, nido cerrado que abrigaba el vuelo
Señor, guarda tus ángeles contigo. Son demasiado puros para mí. Me dan miedo. No pesan. No vacilan. Tienen cuerpos sin hambre, sin fiebre, sin lujuria. Pies que no dejan huella. Labios sin sed que saben tu palabra. Sus ojos que no lloran son atroces.
Abre tus ojos anchos al asombro cada mañana nueva y acompasa en místico silencio tu latido porque un día comienza su voluta y nadie sabe nada de los días que se nos dan y luego se deshacen en polvo y sombra. Nadie sabe nada.