Yo no iba sola entonces. Iba llena de ti y de mí. Colmada, verdecida, me erguía como grávida montaña de tierra fértil donde la simiente se esponja y apresura para el brote. Era mi carne, tensa y ahuecada, nido cerrado que abrigaba el vuelo
Nací en la cárcel, hijos. Soy un preso de siempre. Mi padre ya fue un preso. Y el padre de mi padre. Y mi madre alumbraba, uno tras otro, presos, como una perra perros. Es la ley, según dicen.
Señor, guarda tus ángeles contigo. Son demasiado puros para mí. Me dan miedo. No pesan. No vacilan. Tienen cuerpos sin hambre, sin fiebre, sin lujuria. Pies que no dejan huella. Labios sin sed que saben tu palabra. Sus ojos que no lloran son atroces.
Abre tus ojos anchos al asombro cada mañana nueva y acompasa en místico silencio tu latido porque un día comienza su voluta y nadie sabe nada de los días que se nos dan y luego se deshacen en polvo y sombra. Nadie sabe nada.