La corza y la raposa, de Concepción Arenal | Poema

    Poema en español
    La corza y la raposa

    Tras una larga camorra 
    con mastines y sabuesos, 
    molidas hasta los huesos 
    una corza y una zorra, 

    y a la débil claridad 
    oue despedía la luna, 
    de su precaria fortuna 
    hablaban con gravedad. 

    «¡Ah! -decía la raposa-, 
    si yo a la naturaleza 
    debiera tu ligereza, 
    fuera mi suerte otra cosa. 

    Ciertamente no imagino 
    por qué utilizas tan mal 
    ese poder especial 
    dando carreras sin tino.» 

    «¿Sin tino? ¿Por esos cerros 
    hacer puedo más que huir 
    si de cerca oigo latir 
    a los maldecidos perros? 

    Pues llevárame pateta 
    si, en vez de correr ligera, 
    a pensar me entretuviera...» 
    «No digo que te estés quieta.» 

    «Pues entonces ¿qué dirás?» 
    «Que si salvarte pretendes 
    cuando la carrera emprendes, 
    mires bien a dónde vas. 

    ¡Correr, correr, más correr, 
    y por un instinto ciego, 
    a veces, al mismo fuego 
    de que has huido volver, 

    y sin tino ni medida 
    tu mucha fuerza emplear 
    para venir a parar 
    donde has sido perseguida! 

    ¡Hacer de tu perdición 
    instrumento lastimoso 
    ese medio poderoso 
    que tienes de salvación! 

    Así, ¡voto a Belcebú!, 
    murió tu padre y tu abuelo, 
    y en verdad mucho recelo 
    que así habrás de morir tú.» 

    Tome para su conciencia 
    esta lección cada cual, 
    que no ha de venirle mal 
    aunque presuma de ciencia: 

    cualquier persona de juicio 
    en todo evento posible, 
    porque sabe que es temible, 
    está en guardia contra el vicio. 

    Pero aquellas de más seso, 
    las de grandes cualidades 
    de sus buenas facultades 
    no temen nunca el exceso. 

    Resultando, en conclusión, 
    ser grave causa de mal 
    lo que de bien manantial 
    fuera sujeto a razón. 

    Juzgue a la dicha nocivo 
    cualquiera que no esté loco, 
    lo malo, ya mucho o poco, 
    lo bueno, si es excesivo. 

    Concepción Arenal (El Ferrol, 1820 - Vigo, 1893). Estudió en Madrid Derecho, Sociología, Historia, Filosofía e idiomas, teniendo incluso que acudir a clase disfrazada de hombre. Colaboró con Fernando de Castro en el Ateneo Artístico y Literario de Señoras, precedente de posteriores iniciativas en pro de la educación de la mujer como medio para alcanzar la igualdad de derechos. Dedicó buena parte de un inagotable activismo social e intelectual al estudio crítico de la realidad penal española. Se sirve de la experiencia acumulada en el desempeño de cargos oficiales de visitadora de cárceles de mujeres de A Coruña (1863) e inspectora de casas de corrección de mujeres (1868-1873) y, sobre todo, de su talento, sensibilidad e intuición para la redacción de obras que la sitúan en un puesto de gran relevancia en estudios penales europeos: Cartas a los delincuentes (1865), Estudios penitenciarios (1877). O visitador do preso (1893) es una de las obras de referencia para el estudio de las ideas centrales de su pensamiento penal. Valiente y adelantada a su tiempo, partidaria de un sistema penal moderno que hiciese posible la corrección del preso, las aspiraciones reformistas de Arenal se materializan con la llegada de la Segunda República.