El león enfermo, de Concepción Arenal | Poema

    Poema en español
    El león enfermo

    Enfermo y gravemente 
    de los bosques hallóse el soberano 
    LEÓN, como decimos vulgarmente. 
    su estómago, hasta allí cual pocos sano, 
    ni el más leve sustento digería 
    sin dolor infinito, 
    aunque su majestad sólo comía 
    lechón, tierno cordero, algún cabrito. 
    Si era efecto del tiempo esta dolencia, 
    si de grave pesar, de incontinencia 
    o del rudo trabajo y los desvelos 
    con que, grato a los dioses, se afanaba 
    el cetro a sostener de sus abuelos 
    para el público bien y por su gloria, 
    es un punto dudoso de la historia. 
    Mas lo que está probado 
    de un modo positivo y concluyente 
    es que, al verse doliente, 
    tuvo su majestad la extraña idea 
    de reunir al punto una asamblea 
    y en ella discutir de cuál sustento 
    a su estómago débil convendría, 
    y de cuál se abstendría 
    por nocivo e indigesto. 
    la turba cortesana, por supuesto, 
    al escuchar del rey el pensamiento 
    le pareció muy bien, según costumbre. 
    Envíanse correos 
    que veloces recorran los estados 
    para que diputados 
    envíe cada especie al gran congreso. 
    reunida por fin la muchedumbre 
    jura dar en conciencia 
    su humilde parecer, de cuyo peso 
    será juez el monarca; y él primero 
    expone con voz débil su dolencia. 
    Hablar le toca, y habla un carnicero 
    diciendo que el enfermo se alimente 
    con abundante carne ensangrentada. 
    levántase otro que de aquel disiente, 
    pues aunque sea cierto 
    que es la carne alimento grato y sano, 
    más saludable fuera al soberano 
    de animal que ya días lleve muerto. 
    Un herbívoro en turno estaba luego, 
    el cual, con voz sonora y mucho fuego, 
    dijo que el rey en breve moriría 
    si obstinado seguía 
    cubriendo de cadáveres su mesa. 
    «La verde yerba, la sabrosa fruta, 
    el rubio grano y el panal dorado, 
    que la vista recrea y embelesa, 
    -decía el oso- le darán la vida.» 
    Fue su idea aplaudida 
    pero trabóse en breve una disputa 
    entre los pitagóricos señores. 
    El maíz, la cebada y el centeno, 
    la uva, la castaña, la bellota, 
    el regaliz, el heno 
    y cuantos vegetales 
    alimenta la tierra en su ancho seno. 
    tuvieron, entre aquellos animales, 
    fieles, si no ilustrados defensores. 
    y cada cual al rey le recetaba 
    el alimento mismo que él usaba. 
    Después de mucho tiempo y gran ruido, 
    el punto dio su majestad leonisa 
    por suficientemente discutido; 
    le puso a votación y con gran priesa 
    en lugar de pesar, los votos cuenta. 
    La Prudencia (aunque extraña cosa sea 
    verla en una asamblea) 
    estaba allí (de paso, por supuesto), 
    que en tales reuniones no se sienta. 
    E imponiendo silencio con un gesto: 
    «Rey infeliz, -le dijo- eres perdido 
    si en recibir consejo así consientes 
    de seres que de ti son diferentes; 
    y una vez que consejo hayas pedido 
    tienes tan poco seso 
    que el número calculas y no el peso.» 
    El monarca la oyó sin hacer caso 
    y, viendo que de aquellos animales 
    el número menor por carne estaba, 
    resolvióse a vivir de vegetales. 
    Pero el nuevo alimento 
    de tal modo al monarca repugnaba 
    que muy poco tragaba 
    y eso con asco mucho y gran tormento. 
    A poco que este plan hubo entablado 
    murió de inanición el desdichado. 

    Cuando muchos votos son 
    como eran en esta historia, 
    no cuentes con la memoria 
    pésalos con la razón; 

    ni busques jamás consejo 
    en hombre que no es tu igual, 
    aconsejaráte mal 
    aunque bueno, sabio y viejo, 

    cada cual juzga por sí; 
    diráte la verdad fiel, 
    pero ¿qué verdad? La de él, 
    que no es verdad para ti. 

    Concepción Arenal (El Ferrol, 1820 - Vigo, 1893). Estudió en Madrid Derecho, Sociología, Historia, Filosofía e idiomas, teniendo incluso que acudir a clase disfrazada de hombre. Colaboró con Fernando de Castro en el Ateneo Artístico y Literario de Señoras, precedente de posteriores iniciativas en pro de la educación de la mujer como medio para alcanzar la igualdad de derechos. Dedicó buena parte de un inagotable activismo social e intelectual al estudio crítico de la realidad penal española. Se sirve de la experiencia acumulada en el desempeño de cargos oficiales de visitadora de cárceles de mujeres de A Coruña (1863) e inspectora de casas de corrección de mujeres (1868-1873) y, sobre todo, de su talento, sensibilidad e intuición para la redacción de obras que la sitúan en un puesto de gran relevancia en estudios penales europeos: Cartas a los delincuentes (1865), Estudios penitenciarios (1877). O visitador do preso (1893) es una de las obras de referencia para el estudio de las ideas centrales de su pensamiento penal. Valiente y adelantada a su tiempo, partidaria de un sistema penal moderno que hiciese posible la corrección del preso, las aspiraciones reformistas de Arenal se materializan con la llegada de la Segunda República.