Enfermo y gravemente
de los bosques hallóse el soberano
LEÓN, como decimos vulgarmente.
su estómago, hasta allí cual pocos sano,
ni el más leve sustento digería
sin dolor infinito,
aunque su majestad sólo comía
lechón, tierno cordero, algún cabrito.
Si era efecto del tiempo esta dolencia,
si de grave pesar, de incontinencia
o del rudo trabajo y los desvelos
con que, grato a los dioses, se afanaba
el cetro a sostener de sus abuelos
para el público bien y por su gloria,
es un punto dudoso de la historia.
Mas lo que está probado
de un modo positivo y concluyente
es que, al verse doliente,
tuvo su majestad la extraña idea
de reunir al punto una asamblea
y en ella discutir de cuál sustento
a su estómago débil convendría,
y de cuál se abstendría
por nocivo e indigesto.
la turba cortesana, por supuesto,
al escuchar del rey el pensamiento
le pareció muy bien, según costumbre.
Envíanse correos
que veloces recorran los estados
para que diputados
envíe cada especie al gran congreso.
reunida por fin la muchedumbre
jura dar en conciencia
su humilde parecer, de cuyo peso
será juez el monarca; y él primero
expone con voz débil su dolencia.
Hablar le toca, y habla un carnicero
diciendo que el enfermo se alimente
con abundante carne ensangrentada.
levántase otro que de aquel disiente,
pues aunque sea cierto
que es la carne alimento grato y sano,
más saludable fuera al soberano
de animal que ya días lleve muerto.
Un herbívoro en turno estaba luego,
el cual, con voz sonora y mucho fuego,
dijo que el rey en breve moriría
si obstinado seguía
cubriendo de cadáveres su mesa.
«La verde yerba, la sabrosa fruta,
el rubio grano y el panal dorado,
que la vista recrea y embelesa,
-decía el oso- le darán la vida.»
Fue su idea aplaudida
pero trabóse en breve una disputa
entre los pitagóricos señores.
El maíz, la cebada y el centeno,
la uva, la castaña, la bellota,
el regaliz, el heno
y cuantos vegetales
alimenta la tierra en su ancho seno.
tuvieron, entre aquellos animales,
fieles, si no ilustrados defensores.
y cada cual al rey le recetaba
el alimento mismo que él usaba.
Después de mucho tiempo y gran ruido,
el punto dio su majestad leonisa
por suficientemente discutido;
le puso a votación y con gran priesa
en lugar de pesar, los votos cuenta.
La Prudencia (aunque extraña cosa sea
verla en una asamblea)
estaba allí (de paso, por supuesto),
que en tales reuniones no se sienta.
E imponiendo silencio con un gesto:
«Rey infeliz, -le dijo- eres perdido
si en recibir consejo así consientes
de seres que de ti son diferentes;
y una vez que consejo hayas pedido
tienes tan poco seso
que el número calculas y no el peso.»
El monarca la oyó sin hacer caso
y, viendo que de aquellos animales
el número menor por carne estaba,
resolvióse a vivir de vegetales.
Pero el nuevo alimento
de tal modo al monarca repugnaba
que muy poco tragaba
y eso con asco mucho y gran tormento.
A poco que este plan hubo entablado
murió de inanición el desdichado.
Cuando muchos votos son
como eran en esta historia,
no cuentes con la memoria
pésalos con la razón;
ni busques jamás consejo
en hombre que no es tu igual,
aconsejaráte mal
aunque bueno, sabio y viejo,
cada cual juzga por sí;
diráte la verdad fiel,
pero ¿qué verdad? La de él,
que no es verdad para ti.