Los monos arquitectos, de Concepción Arenal | Poema

    Poema en español
    Los monos arquitectos

    De monos una cuadrilla 
    gentes todas principales, 
    quiso sentar sus reales 
    en un pueblo de Castilla. 

    No se sabe a punto fijo 
    el objeto del viaje, 
    pero un grave personaje 
    hablando del caso, dijo: 

    que venían a ensayar 
    de reforma un vasto plan 
    que el gobierno de Tetuán 
    no quiso allí tolerar. 

    Según otro, una cucaña 
    buscaban los muy pillastres, 
    y por no sufrir desastres 
    dieron la vela hacia España. 

    Con refinada maldad 
    o con noble intento y puro, 
    ellos a puerto seguro 
    llegaron sin novedad. 

    Y en Castilla, como he dicho, 
    a muy poco de llegar 
    quisiéronse avecindar 
    por razón o por capricho. 

    Pensaron, y a fe con juicio, 
    que a la sociedad naciente 
    sería muy conveniente 
    tener propio un edificio. 

    Si habla la historia verdad 
    supusieron, ¡cosa extraña!, 
    que no se tiene en España 
    idea de propiedad. 

    Pues llegados a un solar, 
    sin preguntar por su dueño, 
    con gran esfuerzo y empeño 
    pusiéronse a trabajar. 

    Y fue grande su alborozo, 
    y fue mucho su contento 
    al hallar hecho el cimiento 
    y aun de pared un buen trozo. 

    Cada cual ufano empieza, 
    ponen manos a la obra 
    y en actividad les sobra 
    lo que les falta en cabeza. 

    Entre todos se concierta 
    como cosa muy urgente 
    de necesidad patente 
    poner dintel a la puerta. 

    Mas halla la ejecución 
    un grave tropiezo, y era 
    no hallar piedra ni madera 
    de oportuna dimensión; 

    párase entonces la gente 
    con desaliento profundo, 
    mas cierto ingenio fecundo 
    les propone un espediente: 

    «Únase cada fragmento 
    con diligencia oportuna 
    y de muchas piezas, una 
    hágase propia al intento, 

    y si cada cual se esfuerza 
    este consejo a seguir, 
    habremos de conseguir 
    nuestro objeto; unión es fuerza. 

    Esto ha dicho no sé quién, 
    y tan sublime verdad 
    si es cierta en la humanidad 
    aquí lo será también.» 

    Todos claman: «¡Gran idea!» 
    Y secundando el intento 
    cada cual en un momento 
    piedra abundante acarrea. 

    El inventor, muy paciente 
    y diestro, las va casando. 
    «Ya está -dice al fin juzgando 
    que el tamaño es suficiente-. 

    ¡Alzad! La suerte corona 
    nuestra constancia y ardor!» 
    Levantan, pero, ¡oh, dolor!, 
    la piedra se desmorona. 

    Hay quien juzga casual 
    la consecuencia precisa, 
    y hacen otro ensayo aprisa, 
    y otro con éxito igual. 

    Y sacan en conclusión 
    con lógico rigorismo, 
    que una piedra no es lo mismo 
    que de piedras un montón. 

    ¡Quién no vé en la sociedad 
    por desgracia ejemplos mil, 
    del cortés trato pueril 
    sin cariño y sin verdad! 

    ¿Hay para esperar razón 
    que ese remedo impostor 
    en los días de dolor 
    consolará el corazón? 

    Y por ventura ¿ese impío 
    mentir, afecto sublime 
    de una alma que triste gime 
    podrá llenar el vacío? 

    Ni aun el corazón vulgar 
    que esta farsa no importuna, 
    si le deja la fortuna 
    puede consuelos hallar. 

    Y esa dicha de retazos 
    que algunos tienen por buena 
    cuando la desgracia truena 
    cae deshecha en pedazos. 

    ¿Si la experiencia cruel 
    tiene esta regla en su abono, 
    por qué imitamos al mono 
    con la piedra del dintel? 

    Concepción Arenal (El Ferrol, 1820 - Vigo, 1893). Estudió en Madrid Derecho, Sociología, Historia, Filosofía e idiomas, teniendo incluso que acudir a clase disfrazada de hombre. Colaboró con Fernando de Castro en el Ateneo Artístico y Literario de Señoras, precedente de posteriores iniciativas en pro de la educación de la mujer como medio para alcanzar la igualdad de derechos. Dedicó buena parte de un inagotable activismo social e intelectual al estudio crítico de la realidad penal española. Se sirve de la experiencia acumulada en el desempeño de cargos oficiales de visitadora de cárceles de mujeres de A Coruña (1863) e inspectora de casas de corrección de mujeres (1868-1873) y, sobre todo, de su talento, sensibilidad e intuición para la redacción de obras que la sitúan en un puesto de gran relevancia en estudios penales europeos: Cartas a los delincuentes (1865), Estudios penitenciarios (1877). O visitador do preso (1893) es una de las obras de referencia para el estudio de las ideas centrales de su pensamiento penal. Valiente y adelantada a su tiempo, partidaria de un sistema penal moderno que hiciese posible la corrección del preso, las aspiraciones reformistas de Arenal se materializan con la llegada de la Segunda República.