El oso y el lobo, de Concepción Arenal | Poema

    Poema en español
    El oso y el lobo

    En la cristalina fuente 
    que tan pura el agua lleva 
    en su rápida corriente 
    y se llama río Deva 
    cuando llega al mar potente. 

    Y de julio caluroso 
    como a las doce del día, 
    llegó a beber presuroso 
    de un lobo en la compañía 
    grande y corpulento un oso. 

    El aura suave y pura, 
    y la pradera florida, 
    y la fuente que murmura, 
    todo a descansar convida 
    y paz ofrece y ventura. 

    Sentáronse a descansar 
    el lobo y el oso juntos 
    no viendo a nadie llegar, 
    y después de otros asuntos 
    pónense de éste a tratar: 

    «Ya me acerco a la vejez, 
    -dijo el lobo- y por más traza 
    que en ello pongo, ¡pardiez!, 
    cada día hay menos caza 
    y más hambre cada vez. 

    Pasan del abril las flores 
    pasan las nieves de enero 
    sin que en estos alredores 
    logre atrapar un cordero 
    a los malditos pastores.» 

    «Te está muy bien empleado, 
    -respondióle grave el oso-, 
    ¿Por qué, del hambre acosado, 
    no has de tragar, melindroso, 
    de yerba un solo bocado? 

    ¿Por qué no comes manzanas 
    ni peras, ni moscatel, 
    que de nombrarle entro en ganas, 
    ni maíz, ni rica miel, 
    ni cerezas, ni avellanas? 

    ¿Tiene de razón asomo 
    tu carnicera manía? 
    come de todo, cual como, 
    que si no, por vida mía, 
    flaco has de tener el lomo. 

    Si acaso de hambre te mueres 
    de mi cariño leal 
    ni el menor auxilio esperes; 
    no es lo que te pasa un mal 
    sino porque tú lo quieres.» 

    Mas el lobo replicó: 
    «Si comer frutas no puedo.» 
    «Pues qué, ¿no las como yo? 
    No auxiliaré, no haya miedo, 
    al que la razón no oyó.» 

    Así hallamos en la vida 
    moralistas como el oso 
    que intentan, cosa es sabida, 
    con aire majestuoso 

    así hallamos en la vida 
    moralistas como el oso 
    que intentan, cosa es sabida, 
    con aire majestuoso 
    cortarnos a su medida. 

    Poco es que la humanidad 
    contra sus dogmas arguya; 
    no hay otra felicidad 
    ni otra razón que la suya, 
    ni tampoco otra verdad. 

    Si de un pecho dolorido 
    no comprenden la amargura 
    exclaman: ¡dolor fingido! 
    Y es necedad o locura 
    la pasión que no han sentido. 

    Por no sé qué facultad 
    del mundo se juzgan dueños, 
    y su grave necedad 
    creced, dice a los pequeños, 
    y a los grandes, acortad. 

    Años hace que le oí 
    decir como regla a un viejo 
    y la guardé para mí, 
    que el sabio al dar un consejo 
    se acuerda poco de sí. 

    Concepción Arenal (El Ferrol, 1820 - Vigo, 1893). Estudió en Madrid Derecho, Sociología, Historia, Filosofía e idiomas, teniendo incluso que acudir a clase disfrazada de hombre. Colaboró con Fernando de Castro en el Ateneo Artístico y Literario de Señoras, precedente de posteriores iniciativas en pro de la educación de la mujer como medio para alcanzar la igualdad de derechos. Dedicó buena parte de un inagotable activismo social e intelectual al estudio crítico de la realidad penal española. Se sirve de la experiencia acumulada en el desempeño de cargos oficiales de visitadora de cárceles de mujeres de A Coruña (1863) e inspectora de casas de corrección de mujeres (1868-1873) y, sobre todo, de su talento, sensibilidad e intuición para la redacción de obras que la sitúan en un puesto de gran relevancia en estudios penales europeos: Cartas a los delincuentes (1865), Estudios penitenciarios (1877). O visitador do preso (1893) es una de las obras de referencia para el estudio de las ideas centrales de su pensamiento penal. Valiente y adelantada a su tiempo, partidaria de un sistema penal moderno que hiciese posible la corrección del preso, las aspiraciones reformistas de Arenal se materializan con la llegada de la Segunda República.