Cerca se hallaba un león
de sus dolores postreros,
y tigres, panteras, lobos,
todos amigos o deudos.
Dábanle muy compungidos
mil inútiles consejos,
meditando cada cual
por qué industria o por qué medio
pescará la mayor parte
de los bienes del enfermo,
que se murió hasta la cola
sin hacer el menor gesto,
sin decir una palabra
ni otorgar su testamento.
Notáronlo cuatro o seis
que alejaron de allí el resto,
«Por ver si logra -decían-
el paciente algún sosiego.»
En busca de un escribano
uno de ellos fue corriendo,
en tanto que los demás
atan al real pescuezo,
con disimulo, un cordel
que en la melena encubierto
y entre la ropa después
baja hasta cerca del suelo,
a beneficio del cual
tirando, sin gran esfuerzo,
del difunto a la cabeza
comunique movimiento.
Cuando a su satisfacción
todo se hallaba dispuesto,
dan entrada a los testigos
y al escribano con ellos,
que era un respetable zorro
notario mayor del reino,
al cual hicieron presente
el estado del enfermo,
que hablar no le permitía,
aunque el oído perfecto
conservaba, y la cabeza
en cabal conocimiento.
Presentáronle unas notas
que el rey mismo había puesto,
en las cuales expresaba
su voluntad y deseo.
Mas por si hubiese cambiado
en el instante supremo,
las cláusulas una a una
irle podía leyendo.
Y él por señas le daría,
o no, su consentimiento.
Hízose asi; preguntaba
el escribano, y corriendo
tiraba del cordelito
uno de los herederos,
e inclinaba la cabeza
para decir que sí el muerto.
Echólo de ver el zorro,
(que no debía ser lerdo)
y quiso tener su parte
lucrativa en el enredo.
Pregunta con gravedad
si el rey, de su amor en premio,
al infrascrito escribano
deja trescientos mil pesos.
A la pregunta siguióse
de la sorpresa el silencio,
sin que el testador hiciera
el más leve movimiento;
lo cual visto por el zorro
dijo al vecino muy quedo:
«O se tira para todos,
o está para todos muerto.»
El de la cuerda, pensando
que no había otro remedio,
tiró para el escribano
e hízole coheredero;
que mal puede castigar
quien es de crímenes reo.
Por eso hace tanto daño
desde arriba el mal ejemplo
cómplices o acusadores
han de ser los subalternos
del jefe, que lo es en vano
no siendo en virtud primero.
Para reprender al malo
es la condición ser bueno,
sin lo cual la autoridad
es vana, vano el derecho.