La verdad en la feria, de Concepción Arenal | Poema

    Poema en español
    La verdad en la feria

    Polvos de no envejecer 
    pregonaba en una feria 
    un hombre de mejor traza 
    que tienen por común regla 
    los que a explotar se dedican 
    la credulidad ajena. 
    Unos por ver cómo miente, 
    otros por ver qué revela, 
    los más sin saber por qué, 
    en gran número le cercan. 
    Él repite su pregón 
    diciendo que la experiencia 
    excepción no ha presentado 
    ninguna, grande o pequeña, 
    que la admirable eficacia 
    de aquellos polvos desmienta. 
    Crece la curiosidad, 
    crece la bulla y la gresca, 
    unos empujan y ríen 
    en tanto que otros reniegan; 
    en fin, otros impacientes 
    sacan algunas monedas 
    y al punto en cambio reciben 
    de los polvos la receta. 
    Desdobláronla curiosos 
    e impacientes de leerla. 
    Decía así: «Corporal 
    la gallardía y la fuerza, 
    los atractivos y encantos 
    de eso que llaman belleza 
    gócese mientras se tiene, 
    mas siempre en poco se tenga, 
    que en breve el tiempo la arrastra 
    como el viento una hoja seca. 
    Mas la hermosura del alma 
    el tiempo no se la lleva. 
    Quien aprende lo que es útil 
    y lo que sabe aprovecha, 
    quien conforme a su aptitud 
    cultiva el arte o la ciencia, 
    quien de las malas pasiones 
    el perverso instinto enfrena, 
    la felicidad buscando 
    donde estar puede, en las buenas, 
    sus atractivos hará 
    que estén del tiempo a la prueba, 
    y aquí de no envejecer 
    el gran secreto se encierra.» 
    La gente que se esperaba 
    hallar cosas estupendas 
    grita del chasco corrida: 
    «¡Pues trae noticias frescas! 
    ¿Y por esto el gran bribón 
    nuestro dinero nos lleva?» 
    Enarbolan los garrotes, 
    amenázanle con piedras, 
    el hombre ya intimidado 
    les devuelve las monedas 
    y huyendo la silba y grita 
    vase a la casa más cerca. 
    Era el amo hombre discreto 
    de buen juicio y alma recta, 
    y acogiéndole benigno 
    le dijo de esta manera: 
    «¡Pero hombre de mis pecados! 
    ¿Habéis tenido la idea 
    de dar al pueblo razones 
    cuando prodigios desea 
    y creído que a pagarlas 
    iba en corriente moneda? 
    Dijerais que vuestros polvos 
    se hacían con unas yerbas 
    que crecen en las orillas 
    de un río que corre en Persia, 
    mezclando el asta de un ciervo 
    que viene de Filadelfia, 
    el pico de un avestruz, 
    el diente de una culebra, 
    y una lava portentosa 
    que de Islandia se acarrea, 
    cogida con grave riesgo 
    de los cráteres del Yecla. 
    Con estos y otros dislates 
    quedara muy satisfecha 
    la gente, buscara luego 
    el pico, el diente, las yerbas 
    y el mineral, por boticas, 
    por droguerías y tiendas, 
    y vos quedarais pagado 
    dejándola así contenta.» 
    «¿Y después?» «Se iban a casa.» 
    «¿Y yo?» «Ibais a otra feria.» 
    «¿Que debe mentirse al vulgo 
    sacáis en consecuencia?» 
    «No lo digo hablando en serio 
    aunque tal vez lo merezca, 
    ya que aplaude al que le engaña 
    y escarnece al que le enseña. 
    Mas digo que la razón, 
    y esto propio afirma ella, 
    es género poco usado 
    que no halla en la plaza venta, 
    y reservarle es cordura 
    para alguno que le quiera.» 
    «¿Y vivir oscurecido 
    y tal vez en la miseria?» 
    «Es posible.» «¿Y presenciar 
    de un impostor la opulencia?» 
    «Posible también.» «¿Y ver 
    cómo una inmoral leyenda 
    en que el misterio del crimen 
    con cinismo se revela, 
    una historia monstruosa 
    de insulsas fábulas llena, 
    un drama que ni el pudor 
    ni el buen sentido respeta, 
    otro que acordarnos hace 
    del gran cerco de Viena 
    a sus autores procuran 
    honores, fama y hacienda, 
    mientras oscuro y hambriento 
    sucumbe un hombre de ciencia? 
    Yo creí que la excepción 
    esa que decís fuera 
    y lo juzgo todavía.» 
    «Pues amigo, no, es la regla.» 
    «¿Y pensáis que tal desorden 
    mucho tiempo durar pueda?» 
    «No sólo temo que dure.» 
    «¿Pues qué teméis?» «Que crezca. 
    ¿Por ventura se estimula 
    con honores ni riquezas 
    al que en útiles estudios 
    consume su vida entera? 
    ¿Por ventura se persigue, 
    ni aun en la forma indirecta, 
    al que especula en decir 
    lo que ignorarse debiera, 
    y del crimen al formar 
    la escandalosa epopeya, 
    no bastándole copiar 
    fecundo en maldad inventa? 
    ¿Por ventura en este siglo 
    son tan vivas las creencias 
    que se haga el bien por el bien 
    sin esperar recompensa, 
    y se rehuse del mal 
    la lucrativa carrera? 
    Mientras los hombres de estado, 
    los que dicen que gobiernan, 
    de lo que es gobierno y orden 
    no se formen otra idea; 
    mientras juzgue inapreciable 
    a todo escritor la venta 
    que desdeña lo que instruye 
    y busca lo que deleita; 
    mientras triunfe la ignorancia 
    y trocadas las ideas 
    la libertad de hacer mal 
    llamada libertad sea, 
    no faltará quien explote 
    mina de tan rica vena, 
    ni quien verdades se calle, 
    ni quien por dinero mienta, 
    ni quien tome la lección 
    que a Vd. le han dado en la feria.» 

    Concepción Arenal (El Ferrol, 1820 - Vigo, 1893). Estudió en Madrid Derecho, Sociología, Historia, Filosofía e idiomas, teniendo incluso que acudir a clase disfrazada de hombre. Colaboró con Fernando de Castro en el Ateneo Artístico y Literario de Señoras, precedente de posteriores iniciativas en pro de la educación de la mujer como medio para alcanzar la igualdad de derechos. Dedicó buena parte de un inagotable activismo social e intelectual al estudio crítico de la realidad penal española. Se sirve de la experiencia acumulada en el desempeño de cargos oficiales de visitadora de cárceles de mujeres de A Coruña (1863) e inspectora de casas de corrección de mujeres (1868-1873) y, sobre todo, de su talento, sensibilidad e intuición para la redacción de obras que la sitúan en un puesto de gran relevancia en estudios penales europeos: Cartas a los delincuentes (1865), Estudios penitenciarios (1877). O visitador do preso (1893) es una de las obras de referencia para el estudio de las ideas centrales de su pensamiento penal. Valiente y adelantada a su tiempo, partidaria de un sistema penal moderno que hiciese posible la corrección del preso, las aspiraciones reformistas de Arenal se materializan con la llegada de la Segunda República.