Polvos de no envejecer
pregonaba en una feria
un hombre de mejor traza
que tienen por común regla
los que a explotar se dedican
la credulidad ajena.
Unos por ver cómo miente,
otros por ver qué revela,
los más sin saber por qué,
en gran número le cercan.
Él repite su pregón
diciendo que la experiencia
excepción no ha presentado
ninguna, grande o pequeña,
que la admirable eficacia
de aquellos polvos desmienta.
Crece la curiosidad,
crece la bulla y la gresca,
unos empujan y ríen
en tanto que otros reniegan;
en fin, otros impacientes
sacan algunas monedas
y al punto en cambio reciben
de los polvos la receta.
Desdobláronla curiosos
e impacientes de leerla.
Decía así: «Corporal
la gallardía y la fuerza,
los atractivos y encantos
de eso que llaman belleza
gócese mientras se tiene,
mas siempre en poco se tenga,
que en breve el tiempo la arrastra
como el viento una hoja seca.
Mas la hermosura del alma
el tiempo no se la lleva.
Quien aprende lo que es útil
y lo que sabe aprovecha,
quien conforme a su aptitud
cultiva el arte o la ciencia,
quien de las malas pasiones
el perverso instinto enfrena,
la felicidad buscando
donde estar puede, en las buenas,
sus atractivos hará
que estén del tiempo a la prueba,
y aquí de no envejecer
el gran secreto se encierra.»
La gente que se esperaba
hallar cosas estupendas
grita del chasco corrida:
«¡Pues trae noticias frescas!
¿Y por esto el gran bribón
nuestro dinero nos lleva?»
Enarbolan los garrotes,
amenázanle con piedras,
el hombre ya intimidado
les devuelve las monedas
y huyendo la silba y grita
vase a la casa más cerca.
Era el amo hombre discreto
de buen juicio y alma recta,
y acogiéndole benigno
le dijo de esta manera:
«¡Pero hombre de mis pecados!
¿Habéis tenido la idea
de dar al pueblo razones
cuando prodigios desea
y creído que a pagarlas
iba en corriente moneda?
Dijerais que vuestros polvos
se hacían con unas yerbas
que crecen en las orillas
de un río que corre en Persia,
mezclando el asta de un ciervo
que viene de Filadelfia,
el pico de un avestruz,
el diente de una culebra,
y una lava portentosa
que de Islandia se acarrea,
cogida con grave riesgo
de los cráteres del Yecla.
Con estos y otros dislates
quedara muy satisfecha
la gente, buscara luego
el pico, el diente, las yerbas
y el mineral, por boticas,
por droguerías y tiendas,
y vos quedarais pagado
dejándola así contenta.»
«¿Y después?» «Se iban a casa.»
«¿Y yo?» «Ibais a otra feria.»
«¿Que debe mentirse al vulgo
sacáis en consecuencia?»
«No lo digo hablando en serio
aunque tal vez lo merezca,
ya que aplaude al que le engaña
y escarnece al que le enseña.
Mas digo que la razón,
y esto propio afirma ella,
es género poco usado
que no halla en la plaza venta,
y reservarle es cordura
para alguno que le quiera.»
«¿Y vivir oscurecido
y tal vez en la miseria?»
«Es posible.» «¿Y presenciar
de un impostor la opulencia?»
«Posible también.» «¿Y ver
cómo una inmoral leyenda
en que el misterio del crimen
con cinismo se revela,
una historia monstruosa
de insulsas fábulas llena,
un drama que ni el pudor
ni el buen sentido respeta,
otro que acordarnos hace
del gran cerco de Viena
a sus autores procuran
honores, fama y hacienda,
mientras oscuro y hambriento
sucumbe un hombre de ciencia?
Yo creí que la excepción
esa que decís fuera
y lo juzgo todavía.»
«Pues amigo, no, es la regla.»
«¿Y pensáis que tal desorden
mucho tiempo durar pueda?»
«No sólo temo que dure.»
«¿Pues qué teméis?» «Que crezca.
¿Por ventura se estimula
con honores ni riquezas
al que en útiles estudios
consume su vida entera?
¿Por ventura se persigue,
ni aun en la forma indirecta,
al que especula en decir
lo que ignorarse debiera,
y del crimen al formar
la escandalosa epopeya,
no bastándole copiar
fecundo en maldad inventa?
¿Por ventura en este siglo
son tan vivas las creencias
que se haga el bien por el bien
sin esperar recompensa,
y se rehuse del mal
la lucrativa carrera?
Mientras los hombres de estado,
los que dicen que gobiernan,
de lo que es gobierno y orden
no se formen otra idea;
mientras juzgue inapreciable
a todo escritor la venta
que desdeña lo que instruye
y busca lo que deleita;
mientras triunfe la ignorancia
y trocadas las ideas
la libertad de hacer mal
llamada libertad sea,
no faltará quien explote
mina de tan rica vena,
ni quien verdades se calle,
ni quien por dinero mienta,
ni quien tome la lección
que a Vd. le han dado en la feria.»
Concepción Arenal (El Ferrol, 1820 - Vigo, 1893). Estudió en Madrid Derecho, Sociología, Historia, Filosofía e idiomas, teniendo incluso que acudir a clase disfrazada de hombre. Colaboró con Fernando de Castro en el Ateneo Artístico y Literario de Señoras, precedente de posteriores iniciativas en pro de la educación de la mujer como medio para alcanzar la igualdad de derechos. Dedicó buena parte de un inagotable activismo social e intelectual al estudio crítico de la realidad penal española. Se sirve de la experiencia acumulada en el desempeño de cargos oficiales de visitadora de cárceles de mujeres de A Coruña (1863) e inspectora de casas de corrección de mujeres (1868-1873) y, sobre todo, de su talento, sensibilidad e intuición para la redacción de obras que la sitúan en un puesto de gran relevancia en estudios penales europeos: Cartas a los delincuentes (1865), Estudios penitenciarios (1877). O visitador do preso (1893) es una de las obras de referencia para el estudio de las ideas centrales de su pensamiento penal. Valiente y adelantada a su tiempo, partidaria de un sistema penal moderno que hiciese posible la corrección del preso, las aspiraciones reformistas de Arenal se materializan con la llegada de la Segunda República.