En el punto culminante
de una corona imperial,
un pedazo de cristal
tenido fue por brillante.
Y de precio muy subido
estaba en un muladar
un brillante, que apreciar
ninguno había sabido.
Este cambio estrafalario
años y siglos durara,
si al muladar no llegara
cierto día un lapidario
que observando por acaso
el vidrio de la corona,
por todas partes pregona
ser puro fondo de vaso.
Desmintiéronle: «¿En lugar
tan alto, tan baja cosa
y otra tan rara y preciosa
en un sitio inmundo estar?
¡Absurdo! Barbaridad!»
Y aunque era el hombre marrajo,
costóle mucho trabajo
probar que hablaba verdad.
Y es que los hijos de Adán
no aprecian como es razón,
las cosas en lo que son
sino el lugar donde están.