Desde hace una semana falta ese parroquiano que tiene una mirada tan llena de tristeza y, que todas las noches, sentado junto al piano bebe, invariablemente, su vaso de cerveza
y fuma su cigarro... Que silenciosamente contempla a la pianista que agota un repertorio plebeyo, agradeciendo con aire indiferente la admiración ruidosa del modesto auditorio.
Hace ya cinco noches que no ocupa su mesa y en el café su ausencia se nota con sorpresa. ¡Es raro, cinco noches... y sin aparecer!
Entre los habituales hay algún indiscreto que asegura a los otros, en tono de secreto, que hoy está la pianista más pálida que ayer.
El otoño, muchachos. Ha llegado sin sentirlo siquiera, lluvioso, melancólico, callado. El familiar bullicio de la acera tan alegre en las noches de verano se va apagando a la oración. La gente abandona las puertas más temprano.
Has vuelto, organillo. En la acera hay risas. Has vuelto llorón y cansado como antes. El ciego te espera las más de las noches sentado a la puerta. Calla y escucha. Borrosas memorias de cosas lejanas evoca en silencio, de cosas
Cuando escucho el rojo violín de tu risa, en el que olvidados acordes evocas, un cálido vino — licor de bohemia — me llena el cerebro de músicas locas.
Desde hace una semana falta ese parroquiano que tiene una mirada tan llena de tristeza y, que todas las noches, sentado junto al piano bebe, invariablemente, su vaso de cerveza