Desde hace una semana falta ese parroquiano que tiene una mirada tan llena de tristeza y, que todas las noches, sentado junto al piano bebe, invariablemente, su vaso de cerveza
y fuma su cigarro... Que silenciosamente contempla a la pianista que agota un repertorio plebeyo, agradeciendo con aire indiferente la admiración ruidosa del modesto auditorio.
Hace ya cinco noches que no ocupa su mesa y en el café su ausencia se nota con sorpresa. ¡Es raro, cinco noches... y sin aparecer!
Entre los habituales hay algún indiscreto que asegura a los otros, en tono de secreto, que hoy está la pianista más pálida que ayer.
Con la vista clavada sobre la copa se hallaba abstraído el padre desde hace rato: pocos momentos hace que rechazó el plato del cual apenas quiso probar la sopa.
¿No te da tristeza? Bueno, a mí no sé qué me da ¡se van los viejos! Los pobres poquito a poco se van. Y se van tan despacito que ni lo sienten, ¿será el consuelo de saber que se habrán de ir en paz? ¡Ah! Todo es inútil: nada
Ya lo sabemos. No nos digas nada. Lo sabemos: ahórrate la pena de contarnos sonriendo lo que sufres desde que estás enferma. ¡Ah, te vas sin remedio!, te vas, y sin embargo, no te quejas: jamás te hemos oído una palabra que no fuera serena,
Nos eres familiar como una cosa que fuese nuestra, solamente nuestra; familiar en las calles, en los árboles que bordean la acera, en la alegría bulliciosa y loca de los muchachos, en las caras de los viejos amigos,
La mesa estaba alegre como nunca. Bebíamos el té: mamá reía recordando, entre otros, no sé qué antiguo chisme de familia, una de nuestras primas comentaba — recordando con gracia los. modales, de un testigo irritado — el incidente