La costurerita que dio aquel mal paso y lo peor de todo, sin necesidad con el sinvergüenza que no la hizo caso después según dicen en la vecindad
se fue hace dos días. Ya no era posible fingir por más tiempo. Daba compasión verla aguantar esa maldad insufrible de las compañeras, ¡tan sin corazón!
Aunque a nada llevan las conversaciones, en el barrio corren mil suposiciones y hasta en algo grave se llega a creer.
¡Qué cara tenía la costurerita, qué ojos más extraños, esa tardecita que dejó la casa para no volver!
Con la vista clavada sobre la copa se hallaba abstraído el padre desde hace rato: pocos momentos hace que rechazó el plato del cual apenas quiso probar la sopa.
Ya lo sabemos. No nos digas nada. Lo sabemos: ahórrate la pena de contarnos sonriendo lo que sufres desde que estás enferma. ¡Ah, te vas sin remedio!, te vas, y sin embargo, no te quejas: jamás te hemos oído una palabra que no fuera serena,
¿No te da tristeza? Bueno, a mí no sé qué me da ¡se van los viejos! Los pobres poquito a poco se van. Y se van tan despacito que ni lo sienten, ¿será el consuelo de saber que se habrán de ir en paz? ¡Ah! Todo es inútil: nada
Nos eres familiar como una cosa que fuese nuestra, solamente nuestra; familiar en las calles, en los árboles que bordean la acera, en la alegría bulliciosa y loca de los muchachos, en las caras de los viejos amigos,
Como ya en el barrio corrió la noticia, algunos vecinos llegan consternados, diciendo en voz baja toda la injusticia que amarga la suerte de los desdichados...
La mesa estaba alegre como nunca. Bebíamos el té: mamá reía recordando, entre otros, no sé qué antiguo chisme de familia, una de nuestras primas comentaba — recordando con gracia los. modales, de un testigo irritado — el incidente