Tu risa, de Evaristo Carriego | Poema

    Poema en español
    Tu risa

    Cuando escucho el rojo violín de tu risa, 
    en el que olvidados acordes evocas, 
    un cálido vino — licor de bohemia — 
    me llena el cerebro de músicas locas. 

    Un vino que moja tu noble garganta... 
    — una húmeda jaula de finos cristales, 
    cuyas orquestales invisibles rejas, 
    aprisionan raros divinos zorzales. — 

    Y cuando lo escancias, cordiales de un ritmo 
    que roba caricias a los terciopelos, 
    caen en mi copa, de espumas amargas, 
    cual lluvia de estrellas de líricos cielos. 

    ¡Tu risa!.. Me encanta, me obseda el oído, 
    como un intangible sonoro teclado 
    sobre el que han volcado los duendes amables 
    un rico y bullente champaña dorado! 

    No sé porque a veces, si en rápida fuga 
    tus polifonías se van diluyendo, 
    por mi éxtasis pasan tristes y jocosos 
    pierrots que muriesen llorando y riendo... 

    No sé porque a veces me quedo pensando 
    en óperas breves, donde colombinas 
    hermosas y rubias, fingiesen collares 
    de luz en las danzas de las serpentinas. 

    O, muy vagamente, bajo mecedores 
    gentiles ensueños de cosas francesas, 
    me creo en florido jardín de Versalles, 
    acechando un coro de lindas marquesas. 

    Si acaso disipa mis hondos mutismos, 
    con su leve magia de dulces misterios, 
    en la quietud vibra, como una sonata 
    de alegres clarines en un cementerio. 

    Cuando en el silencio, custodiando el Odio, 
    llegan del Hastío las rondas crueles, 
    sobre esas heridas: flores de la sombra, 
    ella agita y vuelca su taza de mieles... 

    Cuando en mis severas Misas taciturnas 
    se oye tu fanfarria, de sones ligeros, 
    el Genio, vencido por tu musa loca 
    suaviza del rito los bronces austeros. 

    Tus líricas flautas y tus ocarines 
    anuncian la fiesta de las harmonías, 
    y mariposean por toda la gama 
    crescendos chispeantes como pedrerías. 

    Por eso, semeja tu boca un mineático 
    salón, decorado con frescos de notas, 
    donde baila siempre, cautiva parlera, 
    una roja dama, galantes gavotas. 

    Por eso, te ofrecen mis cisnes altivos, 
    que tus adorables alondras desdeñan, 
    la dulce agonía del último canto 
    y doblan el cuello y escuchan y sueñan. 

    Por eso, si bebo tu risa bohemia, 
    — armónico vaso de néctares suaves — 
    ¡mi pobre cabeza se llena de luna 
    y claudican todos sus órganos graves!