Quiero vivir un invierno
en la Antártida,
entre vientos huracanados
y sin ver la luz en tres meses.
Cuando despegue
el último avión hacia el norte,
nos quedaremos mirándonos los pocos
que se mirarán largamente.
Jugaremos ajedrez
oyendo a Mozart y a Sinatra,
enloqueciendo un poco
bajo los focos iguales,
y escucharemos Neblina morada
de Jimy Hendrix
como se escucha
una canción romántica.
Como los pingüinos
que forman contra el frío una rueda
compacta que apenas se mueve,
sellaremos los pernos para que no entre la nieve.
Al cantar tendremos cuidado
de no separar las estrofas
y escribiremos poemas en prosa
para no exponer demasiado los versos.
Y cuando el sol se oculte,
odiaremos los ojos de buey
que la noche ha vuelto
inútiles, perversos.
Desearemos como nunca que un oso
asome su hocico
y recordaremos que no hay osos en la Antártida,
y nos preguntaremos a qué vinimos,
qué nos atrajo de la Antártida,
sin osos polares
y sin un océano
abajo del hielo.
Se hundirá cada uno
en su propia neblina morada,
sin terapias costosas,
con sólo haber venido.
Sólo el reloj nos dirá
a qué hora ir a dormir
e iremos como cuando de niños
nos mandaban temprano a la cama,
apagaban las luces
y nos dejaban ojiabiertos
en lo oscuro, en el castigo
de una noche antártica.
Soñaremos, juntando los Polos
en un paraje equis,
la llegada de los osos,
que no soportarán el frío del sur.
Soñaremos con osos que no soportan el frío
y a la postre se mueren,
que es el sueño más triste que se tiene
en estas latitudes.
Fabio Morábito (1955) vive en la Ciudad de México y ha escrito, con este, cinco libros de poesía, género que ha alternado meticulosamente con el cuento. Nacido en Alejandría, de padres italianos, ha escrito toda su obra en español, a pesar de ser el italiano su idioma materno. Su poesía y su narrativa han sido traducidas a varias lenguas y lo han hecho acreedor de varios premios, el último de los cuales ha sido el prestigioso Roger Caillois, que se le concedió en Francia en 2018, en reconocimiento de su obra. En uno de los poemas de este libro, Fabio Morbito confiesa que no sabe qué arteria debe tomar para salir de la Ciudad de México y llegar a Puebla, que está a solo dos horas de camino. "Él ya ha estado en Puebla (¿quién no ha estado en Puebla?, pregunta), pero ignora cómo llegar ahí. Porque Morábito, como escribió alguien, "no necesita salir de lo común para, levantando curiosa y cuidadosamente una piedra o un frasco, dejar sueltos los demonios de un mundo raro, en el que ningún supuesto o dogma afianzado deja de resentirse y de crujir amenazadoramente".