Despavorido por el olor a olvido que se desprende de mis antepasados y absorto ante la inteligencia con que los de mi raza se exterminan
Teniendo que llamar semejantes a mamíferos peores que bestias y teniendo que llamar existencia a un huracán de enigma y de óxido
Provisional, infamado y maldito aparto tus vestidos y toco tu hermosura con las manos cuarteadas de venganza
Y tú, tempestuosa que buscas el raigón del placer con un jadeo que sube de la caverna de la especie a qué odio te refieres, de qué miseria eres el parto qué rabia aportas a esta alcoba salvaje?
Donde fuiste feliz alguna vez no debieras volver jamás: el tiempo habrá hecho sus destrozos, levantando su muro fronterizo contra el que la ilusión chocará estupefacta. El tiempo habrá labrado, paciente, tu fracaso mientras faltabas, mientras ibas
Palabra, dulce y triste persona pequeñita, dulce y triste querida vieja, yo te acaricio, anciano como tú, con la lengua marchita, y con vejez y amor aclamo nuestro vicio.
Los que sin fervor comen del gran pan del idioma y lo usan como adorno o coraza o chantaje sienten por mí un rechazo donde la rabia asoma: yo no he llamado patria más que a ti y al lenguaje
Hay seres cuya vida se asemeja a la de esa polvorienta bombilla del cuarto inhabitado de la casa: de vez en vez un fogonazo, un breve resurgir amarillo acordonado de fatiga y de nuevo el silencio y el olvido y lo oscuro.
Ofendo, como ofenden los cipreses. Soy el desanimador. Yo soy el que contagia con sus besos un vómito de silencios oscuros, una sangría de sombras. Ofendo, ofendo, amada.
Mientras desciende el sol, lento como la muerte, observas a menudo esa calle donde está la escalera que conduce a la puerta de tu guarida. Dentro se encuentra un hombre pálido, cumplida ya, remota la mitad de su edad; fuma y se asoma