Hay seres cuya vida se asemeja
a la de esa polvorienta bombilla
del cuarto inhabitado de la casa:
de vez en vez un fogonazo, un breve
resurgir amarillo acordonado de fatiga
y de nuevo el silencio y el olvido y lo oscuro.
Ella consume el tiempo
entre arrumbados trastos y maletas deformes,
cacharros cuarteados, abandono, pobreza;
vierte de tarde en tarde su sonrisa pequeña
y luego, igual que un objeto en las aguas, se hunde.
Hay seres cenicientos, que viven poco, como
las bombillas de esos rincones, pacen
el pasto macilento de la mala fortuna,
se estremecen alguna vez , viven alguna vez,
se apagan en seguida, a manera de decapitación,
y se van desusando despacio
entre un fraude apacible, lacónico, sombrío.
Miserables, consumen
su lento almuerzo, su infinita cena
y tras un fogonazo postrero se funden entre canas.