El amor desenterrado, de Jorge Enrique Adoum | Poema

    Poema en español
    El amor desenterrado

    La Dra. Karen E. Stothert, profesora en la Universidad de Fordham, en Bronx, Nueva York, acompañada de Paula Rogasner, de la Universidad de Guayaquil, y de Eugenia Rodríguez, Marcelo Villalba e Iván Cruz, de la Universidad Católica de Quito, con los auspicios del Museo Arqueológico del Banco Central del Ecuador, descubrió en la Península de Santa Elena, provincia del Guayas, un cementerio paleoindio –el más antiguo del Ecuador y uno de los primeros de América (8. 000 a. de C. ) con varias clases de entierros y de ofrendas. Un excepcional hallazgo fue el de los llamados “amantes de Sumpa”: dos esqueletos ligados en actitud amorosa sobre los cuales se han colocado algunas piedras, al parecer después de su muerte. 

    (De los periódicos) 

    Cuál de los dos murió primero 
    callando ante la verdad de los cuerpos que dialogan 
    en esta antigua tragedia anterior a la tragedia antigua, 
    porque cómo se hace –avisen, habría que decírselo a todos- 
    para morir juntos sin desclavarse, 
    interminable hazaña nupcial no repetida 
    porque desde entonces ya no supimos cómo. Cuál pudo ver en el otro, espiándole por partes, la agonía, 
    en qué momento se truncó el arco que describe el deseo 
    antes de terminar con el vencedor besando agradecido la ingle en despedida 
    y quedarse así con la pierna detenida para siempre en el viaje a la entrepierna 
    (lentitud de quienes adueñándose del gozo se adueñaron del tiempo) 
    por donde pasa el tiempo áspero de las península con sus toallas de arena 
    cada mañana después de cada noche de ese ensayo general de los actos del acto. (¿O fue un acto inacabado, 
    palabra que la muerte detuvo en la primera sílaba, 
    tantas veces repetida por nosotros hasta ahora y tartamuda, 
    creyendo cada vez que es una muerte pequeñita, 
    contentos como quienes bailan esas danzas 
    cuyo origen ritual han olvidado?)Amaos por favor, seguid amándoos 
    vorazmente insatisfechos por los siglos de los siglos de los siglos, 
    no desatéis la inicial inmemorial amarra 
    porque qué nos restaría de esta amorosa e insolente estatua, 
    ni cómo iríamos a comprobar que álguienes se amaron 
    si de pronto estos huesos polvo fueran, 
    deshaciéndose en la tardía sacudida del espasmo 
    cien siglos después de haber comenzado apenas a tocarse con los dedos los labios 
    y nos quedáramos así sin pruebas 
    de que existió la eternidad un día. 

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