Otra vez el verano, de Jorge Enrique Adoum | Poema

    Poema en español
    Otra vez el verano

    El verano pone su color tranquilo 
    sobre todas las cosas y las hojas; 
    de nuevo alborota el viento 
    a las muchachas, cierra 
    los cuadernos y junta la tarde 
    perezosa a las naranjas. 
    Arena de luz la playa, tranquilo 
    el mar, en paz el ave, solo el polvo 
    arrastra su camisa a otro lugar. 
    Hoy ha crecido el trigo mucho, 
    está la sementera en mediodía: 
    doble lámpara de sol y cereal. 

    Hoy pude ser feliz: pude tenderme 
    a contemplar la página del cielo, 
    pude oír removerse a las raíces 
    discutiendo con el suelo su estatura, 
    pude hablar con la brisa, haber 
    entrado al mar que me rodea 
    como una cintura, de qué buena 
    gana me habría sometido 
    al gobierno del ocio y sus racimos. 

    Pero estuve ocupado, no tengo 
    tiempo porque sufro; el mundo 
    nos preocupa; están matando todavía 
    al infeliz, aún le rompen 
    su arado al triste campesino, 
    aún carbonizaron en la silla 
    a los callados mártires sin culpa, 
    de qué nos sirven el tabaco 
    y la luna serena del estío 
    si nos quitaron, como siempre, el trigo. 

    Para qué tanto sol, tanta abundancia 
    torrencial, toda la vida planetaria, 
    si nos golpea la injusta 
    repartición, si la muerte 
    baja del cielo a los extremos 
    de la tierra, si la pobreza 
    me aleja de las flores y la fiesta, 
    si me obliga a estudiar 
    cada día mis zapatos. 

    Nada es nuestro todavía, aquí 
    todo es ajeno como en una posada 
    y nos roban la luz en la boca 
    de la mina, y la placidez de junio 
    con su dulce cosecha que se va 
    en las bodegas, y hasta la alegría 
    de tenderme junto a ti escuchando 
    la sangre, como en una guitarra, 
    cantar bajo mi mano en tu cadera. 

    Sé que a pesar de todo este día 
    volverá con su límpida hermosura, 
    su vegetal en apogeo, su hora 
    de sopor y de ternura. Volverá 
    la estación con su signo de cobre, 
    cuando seamos dueños de la vida 
    y la tierra, cuando el agua 
    nos traiga noticias y saludos 
    del hermano. Y nos veremos 
    el próximo verano, en mitad 
    de un año circundado de uvas 
    y de avena. Déjame, entonces, 
    tocarte en el día desnudo, déjame 
    hablarte en una ola del viento, 
    déjame marcar en el corazón el sitio 
    del encuentro en que nos hallarán 
    cantando, pero no me dejes recordar entonces 
    que aún hemos sufrido este verano. 

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