Ante todo, es preciso ordenar la infancia como un país disperso, hallar las fechas de su límite: la dulce iniciación en la desobediencia, la cerradura que por necesidad puse a mi alcoba o la primera mujer que se guardó la noche entre sus telas estériles, sus párpados.
Y descubrí de pronto que nadie compartía mis costumbres: la muerte había entrado antiguamente al patio, a la bodega, y yo crecía sobre un osario familiar. No sé por qué, porque sí, por pura gana, cambié las órdenes para la cena, el sitio de los adornos, el precio de las plumas; odié el muro que cercaba la viña y el camino de orina a los establos. Y ya no pude vivir más, no podía establecer mi edad, mi oficio, destruir la seguridad de cada día o levantar los párpados hacia la luz de afuera: un hombre pasaba sin llorar bajo la lluvia, las aldeanas completaban su cuerpo entre la hierba, pero debía conservar la herencia intacta, conocer los secretos del ganado, calcular la distancia entre mi seca seguridad y la aventura.
Así empecé a soñar solamente con la llave, con la bahía donde nadie hubiera a despedirme, con migraciones de pájaros azules. No era la pegajosa soledad lo que buscaba sino una familia diseminada en la distancia, una hora de paz bajo los árboles, una hoja sin odio entre mis manos.
te numero, te teléfono aburrido te direcciono (callo, caso y escalero) te habitacionada ya te lámparo te suelo te vaso te enfósforo te libro te disco te destoco te desvisto desoído te camo te almohado enciendo descobijo te pelo te cadero me cinturas
Ante todo, es preciso ordenar la infancia como un país disperso, hallar las fechas de su límite: la dulce iniciación en la desobediencia, la cerradura que por necesidad puse a mi alcoba o la primera mujer que se guardó la noche
El verano pone su color tranquilo sobre todas las cosas y las hojas; de nuevo alborota el viento a las muchachas, cierra los cuadernos y junta la tarde perezosa a las naranjas. Arena de luz la playa, tranquilo el mar, en paz el ave, solo el polvo
Y ahora en dónde sobre qué vínculo en qué botín he de apoyar el alma en qué piedra por favor en qué ayer. Nadie me dijo que comenzarían hoy los siglos de la noche. Lunes de una ciudad sobre la desolación.