Mefistófela divina, 
miasma de fulguración, 
aromática infección 
de una fístula divina… 
¡Fedra, Molocha, Caína, 
cómo tu filtro me supo! 
¡A ti – ¡Santo Dios! – te cupo 
ser astro de mi desdoro; 
yo te abomino y te adoro 
y de rodillas te escupo! 
Acude a mi desventura 
con tu electrosis de té, 
en la luna de Astarté 
que auspicia tu desventura… 
Vértigo de asambladura 
y amapola de sadismo: 
¡yo sumaré a tu guarismo 
unitario de Gusana 
la equis de mi Nirvana 
y el cero de mi ostracismo! 
Carie sórdida y uremia, 
felina de blando arrimo, 
intoxícame en tu mimo 
entre dulzuras de uremia… 
Blande tu invicta blasfemia 
que es una garra pulida, 
y sórbeme por la herida 
sediciosa del pecado, 
como un pulpo delicado, 
«¡muerte a muerte y vida a vida!» 
Clávame en tus fulgurantes 
y fieros ojos de elipsis 
y bruña el Apocalipsis 
sus músicas fulgurantes… 
¡Nunca! ¡Jamás! ¡Siempre! ¡Y Antes! 
¡Ven, antropófaga y diestra, 
Escorpiona y Clitemnestra! 
¡Pasa sobre mis arrobos 
como un huracán de lobos 
en una noche siniestra! 
¡Yo te excomulgo, Ananké! 
Tu sombra de Melisendra 
irrita la escolopendra 
sinuosa de mi ananké… 
eres hidra en Salomé, 
en Brenda panteón de bruma, 
tempestad blanca en Satzuma, 
en Semíramis carcoma, 
danza de vientre en Sodoma 
y páramo en Olaluma! 
Por tu amable y circunspecta 
perfidia y tu desparpajo, 
hielo mi cuello en el tajo 
de tu traición circunspecta… 
¡Y juro, por la selecta 
ciencia de tus artimañas, 
que irá con tus risas hurañas 
hacia tu esplín cuando muera, 
mi galante calavera 
a morderte las entrañas!