La tarde paga en oro divino las faenas. Se ven limpias mujeres vestidas de percales, trenzando sus cabellos con tilos y azucenas o haciendo sus labores de aguja, en los umbrales.
Zapatos claveteados y báculos y chales... Dos mozas con sus cántaros se deslizan apenas. Huye el vuelo sonámbulo de las horas serenas. Un suspiro de Arcadia peina los matorrales.
Cae un silencio austero... Del charco que se nimba estalla una gangosa balada de marimba. Los lagos se amortiguan con espectrales lampos,
las cumbres, ya quiméricas, corónanse de rosas. Y humean a lo lejos las rutas polvorosas por donde los labriegos regresan de los campos.
La tarde paga en oro divino las faenas. Se ven limpias mujeres vestidas de percales, trenzando sus cabellos con tilos y azucenas o haciendo sus labores de aguja, en los umbrales.
Mefistófela divina, miasma de fulguración, aromática infección de una fístula divina… ¡Fedra, Molocha, Caína, cómo tu filtro me supo! ¡A ti – ¡Santo Dios! – te cupo ser astro de mi desdoro; yo te abomino y te adoro
Un gran salón. Un trono. Cortinas. Graderías. (Adonis ríe con Eros de algo que ha visto en Aspasia) Las lunas de los espejos muestran sus pálidos días, Y hay en el techo y la alfombra mil panoramas de Asia.
En un bostezo de horror, tuerce el estero holgazán su boca de Leviatán tornasolada de horror... Dicta el Sumo Redactor a la gran Sombra Profeta, y obsediendo la glorieta, como una insana clavija, rechina su idea fija la turbadora veleta.
Decoración: La sala semeja una floresta Unos faunos sensuales persiguen a una driada, Cantos de aves sinfónicas hace vibrar la orquesta. (Pajes, Arqueros, Duendes y gente uniformada. )
Noche de tenues suspiros platónicamente ilesos: vuelan bandadas de besos y parejas de suspiros; ebrios de amor, los cefiros hinchan su leve pulmón, y los sauces en montón