La inmortalidad, de Luis García Montero | Poema

    Poema en español
    La inmortalidad

    Nunca he tenido dioses 
    y tampoco sentí la despiadada 
    voluntad de los héroes. 
    Durante mucho tiempo estuvo libre 
    la silla de mi juez 
    y no esperé juicio 
    en el que rendir cuentas de mis días. 

    Decidido a vivir, busqué la sombra 
    capaz de recogerme en los veranos 
    y la hoguera dispuesta 
    a llevarse el invierno por delante. 
    Pasé noches de guardia y de silencio, 
    no tuve prisa, 
    dejé cruzar la rueda de los años. 
    Estaba convencido 
    de que existir no tiene trascendencia, 
    porque la luz es siempre fugitiva 
    sobre la oscuridad, 
    un resplandor en medio del vacío. 

    Y de pronto en el bosque se encendieron los árboles 
    de las miradas insistentes, 
    el mar tuvo labios de arena 
    igual que las palabras dichas en un rincón, 
    el viento abrió sus manos 
    y los hoteles sus habitaciones. 
    Parecía la tierra más desnuda, 
    porque la noche fue, 
    como el vacío, 
    un resplandor oscuro en medio de la luz. 

    Entonces comprendí que la inmortalidad 
    puede cobrarse por adelantado. 
    Una inmortalidad que no reside 
    en plazas con estatua, 
    en nubes religiosas 
    o en la plastificada vanidad literaria, 
    llena de halagos homicidas 
    y murmullos de cóctel. 
    Es otra mi razón. Que no me lea 
    quien no haya visto nunca conmoverse la tierra 
    en medio de un abrazo. 

    La copa de cristal 
    que pusiste al revés sobre la mesa, 
    guarda un tiempo de oro detenido. 
    Me basta con la vida para justificarme. 
    Y cuando me convoquen a declarar mis actos, 
    aunque sólo me escuche una silla vacía, 
    será firme mi voz. 

    No por lo que la muerte me prometa, 
    sino por todo aquello que no podrá quitarme. 

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