Resol de verbena, de Ramón María del Valle-Inclán | Poema

    Poema en español
    Resol de verbena

    Ingrata la luz de la tarde, 
    la letanía en gris de plomo, 
    los olivos de azul cobarde, 
    el campo amarillo de cromo. 
    Se merienda sobre el camino, 
    entre polvo y humo de churros, 
    y manchan las heces del vino 
    las chorreras de los baturros. 
    Agria y dramática la nota 
    del baile. La sombra morada, 
    el plano desgrana una jota, 
    polvo en el viento de tronada... 
    El tiovivo su quimera 
    infantil erige en el raso: 
    en los caballos de madera 
    bate el reflejo del ocaso. 
    Como el monstruo del hipnotismo 
    gira el anillo alucinante, 
    y un grito pueril de histerismo 
    hace a la rueda el consonante. 
    Un chulo en el aire alborota, 
    un guardia le mira y se naja: 
    en los registros de la jota 
    está desnuda la navaja. 
    Y la daifa con el soldado 
    pide su suerte al pajarito: 
    los envuelve un aire sagrado 
    a los dos, descifrando el escrito. 
    La costurera endomingada, 
    en el columpio da su risa 
    y enseña la liga rosada 
    entre la enagua y la camisa. 
    El estudiante se enamora; 
    ve dibujarse la aventura 
    y su pensamiento decora 
    un laurel de literatura. 
    Corona el columpio su juego 
    con cantos. La llanura arde: 
    tornóse el ocaso de fuego; 
    los nardos ungieron la tarde. 
    Por aquel rescoldo de fragua 
    pasa el inciso transparente 
    de la voz que pregona: -¡Agua, 
    azucarillos y aguardiente!- 
    Vuela el columpio con un vuelo 
    de risas. Cayóse en la falda 
    de la niña la rosa del pelo, 
    y Eros le ofrece una en girnalda. 
    Se alza el columpio alegremente, 
    con el ritmo de onda en la arena, 
    onda azul donde asoma la frente 
    vespertina de una sirena. 
    Brama el idiota en el camino, 
    y lanza un destello rijoso 
    -bajo el belfo- el diente canino 
    recordando a Orlando furioso. 
    ¡Un real, la cabeza parlante! 
    ¡A la suerte del pajarito! 
    ¡La foca y el hombre gigante! 
    ¡Los gozos del Santo Bendito! 
    ¡Naranjas! ¡Torrados! ¡Limones! 
    ¡Claveles! ¡Claveles! ¡Claveles! 
    Encadenados, los pregones 
    hacen guirnaldas de babeles. 
    Se infla el buñuelo. La aceituna 
    aliñada reclama el vino, 
    y muerde el pueblo la moruna 
    rosquilla de anís y comino.