Romance del ciego, de Ramón María del Valle-Inclán | Poema

    Poema en español
    Romance del ciego

    En San Fernando del Cabo, 
    perla marina de España, 
    residía un oficial 
    con dos cruces pensionadas, 
    recompensa a sus servicios 
    en guarnición y en campaña. 
    Sin escuchar el consejo 
    de amigos que le apreciaban, 
    casó con una coqueta, 
    piedra imán de su desgracia. 
    Al cabo de poco tiempo 
    -el pecado mal se guarda- 
    un anónimo le advierte 
    que su esposa le engañaba. 
    Aquel oficial valiente, 
    mirando en lenguas su fama, 
    rasga el papel con las uñas 
    como una fiera enjaulada, 
    y echando chispas los ojos, 
    vesubios de sangre humana, 
    en la cintura se esconde 
    un revólver de diez balas. 
    Esperando la ocasión, 
    a su esposa festejaba, 
    disimulando con ella 
    porque no se recelara. 
    Al cabo de pocos días 
    supo que se entrevistaba 
    en casa de una alcahueta 
    de solteras y casadas. 
    Allí dirige los pasos, 
    la puerta encuentra cerrada, 
    salta las tapias del huerto 
    la vuelta dando a la casa, 
    y oye pronunciar su nombre 
    entre risas y soflamas. 
    Sofocando un ronco grito, 
    propia pantera de Arabia, 
    en astillas, de los gonces, 
    hace saltar la ventana. 
    ¡Sagrada Virgen María, 
    la voz tiembla en la garganta 
    al narrar el espantoso 
    desenlace de este drama! 
    Aquel oficial valiente, 
    su revólver de diez balas, 
    dispara ciego de ira 
    creyendo lavar la mancha 
    de su honor. ¡Ay, no sospecha 
    que la sangre derramaba 
    de su hija Manolita, 
    pues la madre se acompaña 
    de la niña, por hacer 
    salida disimulada, 
    y el cortejo la tenía 
    al resguardo de la capa! 
    Cuando el valiente oficial 
    reconoce su desgracia, 
    con los ayes de su pecho 
    estremece la Alpujarra. 
    A la mujer y al querido 
    los degüella con un hacha, 
    la cabezas ruedan juntas, 
    de los pelos las agarra, 
    y con ellas se presenta 
    al general de la plaza. 
    Tiene pena capital 
    el adulterio en España, 
    y el general Polavieja, 
    con arreglo a la Ordenanza, 
    el pecho le condecora 
    con una cruz pensionada. 
    En los campos de Melilla 
    hoy prosigue sus hazañas: 
    Él solo mató cien moros 
    en una campal batalla. 
    Le proclaman nuevo Prim 
    las kabilas africanas, 
    y el que fué Don Friolera 
    en lenguas de la canalla, 
    oye su nombre sonar 
    en las lenguas de la Fama. 
    El Rey le elige ayudante, 
    la Reina le da una banda, 
    la Infanta Doña Isabel 
    un alfiler de corbata, 
    y dan a luz su retrato 
    las Revistas Ilustradas.