En San Fernando del Cabo,
perla marina de España,
residía un oficial
con dos cruces pensionadas,
recompensa a sus servicios
en guarnición y en campaña.
Sin escuchar el consejo
de amigos que le apreciaban,
casó con una coqueta,
piedra imán de su desgracia.
Al cabo de poco tiempo
-el pecado mal se guarda-
un anónimo le advierte
que su esposa le engañaba.
Aquel oficial valiente,
mirando en lenguas su fama,
rasga el papel con las uñas
como una fiera enjaulada,
y echando chispas los ojos,
vesubios de sangre humana,
en la cintura se esconde
un revólver de diez balas.
Esperando la ocasión,
a su esposa festejaba,
disimulando con ella
porque no se recelara.
Al cabo de pocos días
supo que se entrevistaba
en casa de una alcahueta
de solteras y casadas.
Allí dirige los pasos,
la puerta encuentra cerrada,
salta las tapias del huerto
la vuelta dando a la casa,
y oye pronunciar su nombre
entre risas y soflamas.
Sofocando un ronco grito,
propia pantera de Arabia,
en astillas, de los gonces,
hace saltar la ventana.
¡Sagrada Virgen María,
la voz tiembla en la garganta
al narrar el espantoso
desenlace de este drama!
Aquel oficial valiente,
su revólver de diez balas,
dispara ciego de ira
creyendo lavar la mancha
de su honor. ¡Ay, no sospecha
que la sangre derramaba
de su hija Manolita,
pues la madre se acompaña
de la niña, por hacer
salida disimulada,
y el cortejo la tenía
al resguardo de la capa!
Cuando el valiente oficial
reconoce su desgracia,
con los ayes de su pecho
estremece la Alpujarra.
A la mujer y al querido
los degüella con un hacha,
la cabezas ruedan juntas,
de los pelos las agarra,
y con ellas se presenta
al general de la plaza.
Tiene pena capital
el adulterio en España,
y el general Polavieja,
con arreglo a la Ordenanza,
el pecho le condecora
con una cruz pensionada.
En los campos de Melilla
hoy prosigue sus hazañas:
Él solo mató cien moros
en una campal batalla.
Le proclaman nuevo Prim
las kabilas africanas,
y el que fué Don Friolera
en lenguas de la canalla,
oye su nombre sonar
en las lenguas de la Fama.
El Rey le elige ayudante,
la Reina le da una banda,
la Infanta Doña Isabel
un alfiler de corbata,
y dan a luz su retrato
las Revistas Ilustradas.