La trae un cuervo, de Ramón María del Valle-Inclán | Poema

Ingrata la luz de la tarde, 
la letanía en gris de plomo, 
los olivos de azul cobarde, 
el campo amarillo de cromo. 
Se merienda sobre el camino, 
entre polvo y humo de churros, 
y manchan las heces del vino 
las chorreras de los baturros. 

Mis sentidos tornan a ser infantiles, 
tiene el mundo una gracia matinal, 
mis sentidos como gayos tamboriles 
cantan en la entraña del azul cristal 
con rítmicos saltos plenos de alegría, 
cabalga en el humo de mi pipa Puk, 

Por el Sol se enciende mi verso retórico, 
que hace geometría con el español, 
y en la ardiente selva de un mundo alegórico, 
mi flauta preludia: Do-Re-Mi-Fa-Sol. 

Nada será que no haya sido antes. 
Nada será para no ser mañana. 
Eternidad son todos los instantes, 
que mide el grano que el reloj desgrana. 

En San Fernando del Cabo, 
perla marina de España, 
residía un oficial 
con dos cruces pensionadas, 
recompensa a sus servicios 
en guarnición y en campaña. 
Sin escuchar el consejo 
de amigos que le apreciaban, 
casó con una coqueta, 

¡Todo hacia la muerte avanza 
de concierto, 
toda la vida es mudanza 
hasta ser muerto! 
¡Quién vio por tierra rodado 
el almenar 
y tan alto levantado 
el muladar! 
¡Mi existir se cambia y muda 
todo entero, 
como árbol que se desnuda 

Es la hora de los enigmas, 
cuando la tarde del verano, 
de las nubes mandó un milano 
sobre las palomas benignas. 
¡Es la hora de los enigmas! 

Esta emoción divina es de la infancia, 
cuando felices el camino andamos 
y todo se disuelve en la fragancia 
de un domingo de Ramos.