Se deslizaba por las galerías.
No la vi. Llegué tarde, como todos, 
y alcancé nada más la lentitud 
púrpura de la cauda; la atmósfera vibrante 
de aria recién cantada. 
Ella no. Y era más 
que plenitud su ausencia 
y era más que esponsales 
y era más que semilla en que madura el tiempo: 
esperanza o nostalgia. 
Sueña, no está. Imagina, no es. Recuerda, 
se sustituye, inventa, se anticipa, 
dice adiós o mañana. 
Si sonríe, sonríe desde lejos, 
desde lo que será su memoria, y saluda 
desde Su antepasado pálido por la muerte. 
Porque no es el cisne. Porque si la señalas 
señalas una sombra en la pupila 
profunda de los lagos 
y del esquife sólo la estela y de la nube 
el testimonio del poder del viento. 
Presencia prometida, evocada. Presencia 
posible del instante 
en que cuaja el cristal, en que se manifiesta 
el corazón del fuego. 
El vacío que habita se llama eternidad.