No, no es la solución tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoi ni apurar el arsénico de Madame Bovary ni aguardar en los páramos de Ávila la visita del ángel con venablo antes de liarse el manto a la cabeza y comenzar a actuar. Ni concluir las leyes geométricas, contando las vigas de la celda de castigo como lo hizo sor Juana. No es la solución escribir, mientras llegan las visitas, en la sala de estar de la familia Austen ni encerrarse en el ático de alguna residencia de Nueva Inglaterra y soñar, con la Biblia de los Dickinson, debajo de una almohada de soltera.
Debe haber otro modo que no se llame Safo ni Messalina ni María Egipciaca ni Magdalena ni Clemencia Isaura.
—¿Si soy casada? Sí. Esto quiere decir que se levantó un acta en alguna oficina y se volvió amarilla con el tiempo y que hubo ceremonia en una iglesia con padrinos y todo. Y el banquete y la semana entera en Acapulco.
¿Mujer de ideas? No, nunca he tenido una. Jamás repetí otras (por pudor o por fallas nemotécnicas). ¿Mujer de acción? Tampoco. Basta mirara la talla de mis pies y mis manos.
¿Por qué decir nombres de dioses, astros espumas de un océano invisible, polen de los jardines más remotos? Si nos duele la vida, si cada día llega desgarrando la entraña, si cada noche cae convulsa, asesinada.
Amigo, no es posible ni nacer ni morir sino con otro. Es bueno que la amistad le quite al trabajo esa cara de castigo y a la alegría ese aire ilícito de robo.