Porque si tú existieras tendría que existir yo también. Y eso es mentira.
Nada hay más que nosotros: la pareja, los sexos conciliados en un hijo, las dos cabezas juntas, pero no contemplándose (para no convertir a nadie en un espejo) sino mirando frente a sí, hacia el otro.
El otro: mediador, juez, equilibrio entre opuestos, testigo, nudo en el que se anuda lo que se había roto.
El otro, la mudez que pide voz al que tiene la voz y reclama el oído del que escucha.
El otro. Con el otro la humanidad, el diálogo, la poesía, comienzan
—¿Si soy casada? Sí. Esto quiere decir que se levantó un acta en alguna oficina y se volvió amarilla con el tiempo y que hubo ceremonia en una iglesia con padrinos y todo. Y el banquete y la semana entera en Acapulco.
¿Mujer de ideas? No, nunca he tenido una. Jamás repetí otras (por pudor o por fallas nemotécnicas). ¿Mujer de acción? Tampoco. Basta mirara la talla de mis pies y mis manos.
A veces (y no trates de restarle importancia diciendo que no ocurre con frecuencia se te quiebra la vara con que mides se te extravía la brújula y ya no entiendes nada
Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día; este cabello triste que se cae cuando te estás peinando ante el espejo. Esos túneles largos que se atraviesan con jadeo y asfixia; las paredes sin ojos, el hueco que resuena