Porque si tú existieras tendría que existir yo también. Y eso es mentira.
Nada hay más que nosotros: la pareja, los sexos conciliados en un hijo, las dos cabezas juntas, pero no contemplándose (para no convertir a nadie en un espejo) sino mirando frente a sí, hacia el otro.
El otro: mediador, juez, equilibrio entre opuestos, testigo, nudo en el que se anuda lo que se había roto.
El otro, la mudez que pide voz al que tiene la voz y reclama el oído del que escucha.
El otro. Con el otro la humanidad, el diálogo, la poesía, comienzan
Vine de lejos. Olvidé mi patria. Ya no entiendo el idioma que allá usan de moneda o herramienta. Alcancé la mudez mineral de la estatua. Pues la pereza y el desprecio y algo que no sé discernir me han defendido de este lenguaje, de este terciopelo
He aquí la regla de oro, el secreto del orden: Tener un sitio para cada cosa y tener cada cosa en su sitio. Así arreglé mi casa. Impecable anaquel el de los libros: Un apartado para las novelas, otro para el ensayo y la poesía en todo lo demás.
¿Te ríes de mi? Haces bien. Si yo fuera Sor Juana o la Malinche o, para no salirse del folklore, alguna encarnación de la Güera Rodríguez (como ves, los extremos, igual que Gide, me tocan)
A veces (y no trates de restarle importancia diciendo que no ocurre con frecuencia se te quiebra la vara con que mides se te extravía la brújula y ya no entiendes nada
Matamos lo que amamos. Lo demás no ha estado vivo nunca. Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere un olvido, una ausencia, a veces menos. Matamos lo que amamos. ¡Que cese ya esta asfixia de respirar con un pulmón ajeno! El aire no es bastante
Yo soy una señora: tratamiento arduo de conseguir, en mi caso, y más útil para alternar con los demás que un título extendido a mi nombre en cualquier academia.