Nos decidimos a abortar, y juntos nos volvimos asesinos. No cambió nada con el próximo período: estaba muerta, esa pareja joven que alguna vez había abrazado la vida. Mientras lo discutíamos en la cama, el choque no nos sorprendió. Fuimos a la ventana, y miramos los autos hechos un acordeón, las esquirlas de vidrio reluciente, como si los culpables fuéramos nosotros. La policía retiró los cuerpos, ensangrentados como bebés recién nacidos, por el huequito humeante de la puerta, los colocó en el césped, y los cubrió con sábanas que se empaparon en el acto. Sangre empezó a caer de entre mis piernas y manchó mis pantuflas. No me moví de ahí, viendo cómo arrojaban a la figura atada con correas por la abertura negra de la ambulancia, y cómo paraban a la otra, la cabeza cubierta con vendajes, dos manchas en reemplazo de los ojos. La mañana siguiente me tuve que agachar una hora en el piso, para limpiar mi sangre, frotando un trapo húmedo por las manchas brillosas y traslúcidas, como quien deja la sartén largo rato en remojo después de que la fiesta terminó.
Estoy encerrada en una cajita de cedro que tiene un cuadro de pastores pegado al panel central entre tallas. La caja descansa sobre unas patas curvas. Tiene una cerradura de oro en forma de corazón y carece de llave. Intento escribir mi
Cuando mi marido me dejó, hubo un dolor que yo no sentí, el dolor que siente quien pierde a aquel a quien ama. No me empujaron contra la rejilla de una vida oral, sólo contra la verja, lentamente cerrada, de la preferencia. A veces los envidiaba
Cuando el médico residente auscultó el corazon detenido yo lo miré, como si él o yo fuéramos salvajes, fuéramos de otro mundo: yo había perdido el lenguaje de los gestos, no sabía qué significaba para un extraño
Cuando llego a casa tarde y es de noche y entro a besar a los niños veo a mi hija con el brazo doblado alrededor de la cabeza, su cara sumergida en lo inconsciente; tan centrada por completo en su yo oscuro, la boca que resopla con ligereza como alguien saciado
Nos decidimos a abortar, y juntos nos volvimos asesinos. No cambió nada con el próximo período: estaba muerta, esa pareja joven que alguna vez había abrazado la vida. Mientras lo discutíamos en la cama, el choque no nos sorprendió. Fuimos a la ventana,
Nuestro hijo a los diez años no cree en el mal, juzga por sí mismo, sabe que ningún hombre estaría dispuesto a herir a otro, Cree en la fuerza, el hacha contra la lanza, la ballesta contra las dos espadas, cree en la mesura,