Un dolor que yo no, de Sharon Olds | Poema

    Poema en español
    Un dolor que yo no

    Cuando mi marido me dejó, hubo un dolor que yo no 
    sentí, el dolor que siente quien pierde a aquel 
    a quien ama. No me empujaron 
    contra la rejilla de una vida oral, 
    sólo contra la verja, lentamente cerrada, 
    de la preferencia. A veces los envidiaba 
    -por lo que yo veía como el sufrimiento honorable 
    de alguien que ha sido arrojado contra la reja 
    de hierro. Creo que él llegó, en privado, a 
    sentir que estaba muriendo, conmigo, y que si 
    tenía lo que hacía falta para arrancarlo todo con sus 
    dientes y escapar, entonces podría nacer. Así que él se fue 
    a otro mundo -este 
    mundo, donde yo no lo veo ni lo oigo- 
    y mi tarea es comerme entero el coche 
    de mi ira, parte a parte, algunas partes 
    reducidas a polvo de acero. Lo que más me gusta 
    son los asientos de tela, azul-gris, el primer 
    coche que compramos juntos, desde hace tiempo 
    marcado con manchas refregadas -babas, 
    Lágrimas, helado, ninguna herida, sólo 
    La mensual sangre del alivio, y el dejarse 
    ir cuando las aguas rompían.

    • Estoy encerrada en una cajita de cedro 
      que tiene un cuadro de pastores pegado 
      al panel central entre tallas. La caja descansa sobre unas patas curvas. 
      Tiene una cerradura de oro en forma de corazón 
      y carece de llave. Intento escribir mi 

    • Cuando mi marido me dejó, hubo un dolor que yo no 
      sentí, el dolor que siente quien pierde a aquel 
      a quien ama. No me empujaron 
      contra la rejilla de una vida oral, 
      sólo contra la verja, lentamente cerrada, 
      de la preferencia. A veces los envidiaba 

    • Cuando el médico residente auscultó el corazon detenido 
      yo lo miré, como si él o yo 
      fuéramos salvajes, fuéramos de otro mundo: 
      yo había perdido el lenguaje de los gestos, 
      no sabía qué significaba para un extraño 

    • Cuando llego a casa tarde y es de noche y entro a besar a los niños 
      veo a mi hija con el brazo doblado alrededor de la cabeza, 
      su cara sumergida en lo inconsciente; 
      tan centrada por completo en su yo oscuro, 
      la boca que resopla con ligereza como alguien saciado 

    • Nos decidimos a abortar, y juntos 
      nos volvimos asesinos. No cambió nada con 
      el próximo período: estaba muerta, esa pareja joven 
      que alguna vez había abrazado la vida. 
      Mientras lo discutíamos en la cama, el choque 
      no nos sorprendió. Fuimos a la ventana,