Cuando mi marido me dejó, hubo un dolor que yo no sentí, el dolor que siente quien pierde a aquel a quien ama. No me empujaron contra la rejilla de una vida oral, sólo contra la verja, lentamente cerrada, de la preferencia. A veces los envidiaba -por lo que yo veía como el sufrimiento honorable de alguien que ha sido arrojado contra la reja de hierro. Creo que él llegó, en privado, a sentir que estaba muriendo, conmigo, y que si tenía lo que hacía falta para arrancarlo todo con sus dientes y escapar, entonces podría nacer. Así que él se fue a otro mundo -este mundo, donde yo no lo veo ni lo oigo- y mi tarea es comerme entero el coche de mi ira, parte a parte, algunas partes reducidas a polvo de acero. Lo que más me gusta son los asientos de tela, azul-gris, el primer coche que compramos juntos, desde hace tiempo marcado con manchas refregadas -babas, Lágrimas, helado, ninguna herida, sólo La mensual sangre del alivio, y el dejarse ir cuando las aguas rompían.
Estoy encerrada en una cajita de cedro que tiene un cuadro de pastores pegado al panel central entre tallas. La caja descansa sobre unas patas curvas. Tiene una cerradura de oro en forma de corazón y carece de llave. Intento escribir mi
Cuando mi marido me dejó, hubo un dolor que yo no sentí, el dolor que siente quien pierde a aquel a quien ama. No me empujaron contra la rejilla de una vida oral, sólo contra la verja, lentamente cerrada, de la preferencia. A veces los envidiaba
Cuando el médico residente auscultó el corazon detenido yo lo miré, como si él o yo fuéramos salvajes, fuéramos de otro mundo: yo había perdido el lenguaje de los gestos, no sabía qué significaba para un extraño
Cuando llego a casa tarde y es de noche y entro a besar a los niños veo a mi hija con el brazo doblado alrededor de la cabeza, su cara sumergida en lo inconsciente; tan centrada por completo en su yo oscuro, la boca que resopla con ligereza como alguien saciado
Nos decidimos a abortar, y juntos nos volvimos asesinos. No cambió nada con el próximo período: estaba muerta, esa pareja joven que alguna vez había abrazado la vida. Mientras lo discutíamos en la cama, el choque no nos sorprendió. Fuimos a la ventana,
Nuestro hijo a los diez años no cree en el mal, juzga por sí mismo, sabe que ningún hombre estaría dispuesto a herir a otro, Cree en la fuerza, el hacha contra la lanza, la ballesta contra las dos espadas, cree en la mesura,